Tengo una idea. Mejor dicho, tengunidea, como dicen los que aseguran que escriben como hablan, flor de disparate. En realidad no tengunidea sino que se me prendió la lamparita y tengo varias ideas. Lo que pasa es que la proximidad de las elecciones me inspira, me abre los horizontes y se me llena la cabeza de posibilidades. Poco habituales, es cierto. Inspiradas pero también desusadas. Listas para ser criticadas y que la gente me saque el cuero a tiras. Paciencia, colegas, paciencia: es el triste destino de quienes escribimos cosas que se han de leer más allá del living de casa. Paciencia y resignación como dicen los sabios de la India y las tías de todas partes.
Vamos a mis ideas. No nos vayamos por las ramas que viene a ser una de mis actividades preferidas. Supongamos, sólo supongamos, que todo el mundo sabe lo que hay que elegir y que además se ha estudiado a fondo las vidas y obras de los candidatos y sin ninguna presión del exterior, esto es importante, sin ninguna presión venga de donde venga, tiene decidida la cosa: Voy a votar por Fulano y Mengano y Perengano por esto y por esto y por lo de más allá. No tengo ninguna observación negativa que hacer a una actitud como ésta. Al contrario, me parece sumamente meritoria.
Pero entonces, ya que todas y todos sabemos tanto acerca de quiénes y para qué vamos a elegir, ¿por qué no cambiar un poco o un mucho los procedimientos? Minga de boletas, basta de campañas, fuera con las entrevistas televisivas a los candidatos, terminemos con las polémicas y sobre todo con los insultos que quedan tan feos y que tanto las tías como los sabios de la India reprobarían de alma y corazón.
Organicemos desfiles de modelos. Que los candidatos desfilen por la pasarela en cada ciudad, pueblo, comunidad o lo que sea y que la gente señale: “Este, esa, aquella, ese otro no”, y así sucesivamente. Claro que cada candidato o candidata tendría que trasladarse de una ciudad, pueblo, etc. a la otra pero eso no es inconveniente. El señor Kirchner les presta el helicóptero y el avión, seguro seguro, y ellas y ellos van y vienen, compartiendo las cabinas, cosa que habla a favor de la confraternidad política si es que eso existe.
Otro modo de elección es el de los grecios de la antigua Roma en las plazas llamadas ágoras que eran como las nuestras pero sin subibajas y/o toboganes para los niños y más bien veredas por las cuales pasear en periplos y peripatéticas volteretas. Va y se reúne toda la gente de Rosario y digo Rosario porque es la ciudad que más conozco aparte de Greeley y Boulder que quedan mucho más lejos y en otro país. Nos reunimos y vamos pasando frente a las urnas. ¡Cómo! ¿No era que íbamos a cambiar los procedimientos? Y, sí, es lo que hacemos porque cada urna tiene el nombre de un candidato o una candidata y cada uno o una de las habitantes de Rosario va dejando caer un poroto dentro de la urna correspondiente. Si le gusta el candidato, poroto blanco. Si no le gusta, poroto negro. Si le gusta pero no está del todo convencida, poroto colorado. Esto tiene la ventaja de poder hacer un guiso monstruo después del conteo y la elección de quien tiene más porotos blancos que nadie.
También hay otra manera más drástica: encerremos a todos y a todas los y las candidatas en un corral de esos que tienen los chacareros que ya se sabe que son todos millonarios, y que se las arreglen. Esto es un poco cruel pero tiene una enorme ganancia: de una nomás nos libramos de todos y de todas y empezamos la historia de nuevo desde el vamos.