La lectura serial de textos del ciberespacio, ya sea en internet, Facebook, Wikipedia, diarios digitales, o en las módicas apostillas diarias de Yahoo, mezcla conceptos, citas, frases, caras, culos y políticas en una linda ensalada que al fin del día me impide recordar si fue Freud o Einstein quien dijo estar seguro de la existencia de vida inteligente extraterrestre, basándose en la evidencia de que ningún vecino distante había hecho el menor intento de acercársenos. A esto se le podría sumar otra prueba de una existencia de distinto signo: hay un extraterrestre que baila todo el tiempo en la punta de nuestras lenguas y legisla nuestras acciones primeras y últimas pero que en la puta vida hemos visto y lleva por nombre Dios. Lo cierto es que tanto la civilización extraterrestre como el ente teológico tuvieron la prudencia de mantenerse lejos y dejarnos flotar derecho en el espacio sideral camino a nuestra catástrofe. Que, según los últimos informes, se verificará allá por el año dos mil ochocientos y pico, cuando un asteroide tirando a voluminoso impacte con nuestro planeta, lanzándonos para el lado del Sol o arrojándonos al rincón más frío de nuestra galaxia. Por supuesto, desde el celeste imperio americano están planeando técnicas de desvío de ese proyectil algo más sofisticadas que el envío en traje espacial de Bruce Willis y un grupo de mineros californianos. Pero quizás esa épica salvacionista resulte innecesaria. El astrofísico y cosmólogo Stephen Hawking –fantasma reverencial de The Big Bang Theory– anticipa que si no rajamos pronto de este planeta hipersaturado, el desarrollo de las fuerzas productivas propias del capitalismo salvaje que supimos conseguir eliminará toda fuente posible de supervivencia.
El error básico de esa clase de miradas prospectivas es el de proyectar el futuro con los elementos del presente. La destrucción de la naturaleza que precede a nuestra existencia no determina necesariamente la imposibilidad de que fabriquemos una naturaleza a nuestro alcance (aire artificial, comida que no dependa de cuadrúpedos, bípedos, peces y vegetales, energía provista por fuentes perpetuamente renovables, etc.). Pero es de imaginar que eso tampoco ocurrirá; simplemente, somos una especie cuyo poder de destrucción supera en mucho nuestra capacidad de establecer y mantener acuerdos de convivencia.
La lógica –tan implacable como imposible– de destrucción total del enemigo se sostiene sobre la creencia absurda en la propia superioridad. El control de la natalidad es costoso; preferimos afrontar el costo de la guerra, que la reduce. Las fuentes de energía son caras; invadimos un país. Tendemos a considerar justos nuestros crímenes y horribles los ajenos. Quizá Hawking fue en exceso optimista. A los marcianos y otros hipotéticos vecinos habría que mandarles un aviso de alerta, si se nos ocurriera rajarnos de acá.