Corría el mes de junio de 2014, cuando desde Washington llegó la peor noticia para la Argentina en la pelea contra los fondos buitre: la Corte Suprema de los Estados Unidos no aceptó la apelación de la Argentina y ratificó el fallo del juez Thomas Griesa que le ordenaba al gobierno de Cristina Fernández de Kirchner pagarles a los fondos Aurelius y NML, más un grupo de 13 ahorristas, US$ 1.330 millones más intereses en efectivo, habilitando además a los holdouts a acceder a los registros bancarios para localizar activos financieros argentinos y avanzar con los embargos que pudieran realizarse.
Apenas una semana después, el entonces ministro de Economía, Axel Kicillof, viajó a los Estados Unidos para dar una conferencia ante las Naciones Unidas sobre “la reestructuración soberana de la deuda, las recientes decisiones judiciales y las acciones que lleva adelante la República Argentina”. Allí dijo que “los fondos buitre nos quieren empujar hacia el default”, asegurando en tono desafiante que “la Argentina quiere seguir pagando su deuda reestructurada, pero no la dejan. Eso es un caso inédito, insólito”, protestó.
Por aquel entonces, en medio de la preocupación por el fallo de la Corte estadounidense, el gobierno argentino recibió una propuesta de un jugador inesperado acerca de una vía alternativa para contar con información sensible a los intereses de los buitres que podría haber afectado seriamente sus chances de seguir adelante con el litigio.
Todo comenzó cuando un reconocido economista y hombre de negocios mexicano –que vive en Nueva York– recibió a mediados de 2014 un llamado de una misteriosa empresa de inteligencia financiera que quería conectarse con el hombre que más conoce de canjes de deuda de la Argentina. Buscaban hacerle llegar una propuesta por medio de la cual consideraban que la Argentina podía sacar una importante ventaja en la disputa contra los fondos buitre. El economista mexicano llamó a su amigo argentino y le pasó el mensaje de esta empresa de origen israelí que, luego de un breve chequeo, demostró haber logrado importantes triunfos en el mundo financiero mundial.
Cuando el economista recibió el mensaje, entre sorprendido y algo incrédulo, pensó en hacerle llegar la propuesta al gobierno de CFK. Logró reunirse así con el ministro del Interior y Transporte, Florencio Randazzo, a quien le contó acerca de la proposición que había recibido de parte de la empresa israelí. Al final del encuentro –que se concretó en un hotel del Centro porteño en un marco de privacidad–, Randazzo le aseguró que le trasladaría el mensaje a la presidenta de inmediato.
Al día siguiente, el economista recibió un llamado de Zannini convocándolo a una reunión en la Casa Rosada. La conversación despertó el interés del secretario de Legal y Técnica, quien trabajó activamente para facilitar un encuentro con los emisarios de la empresa israelí, quienes habían señalado tres posibles sedes para la cita: Nueva York, Londres o Tel Aviv. Finalmente, fue Manhattan la elegida.
El economista aceptó viajar a recibir la propuesta concreta, pero no quería hacerlo solo. Consensuó pues con Zannini, que iría acompañado por un abogado de la Procuración del Tesoro que manejara la legislación neoyorquina y, como garantía de seguridad, por un agente de la ex SIDE. Una fuente que conoce los movimientos del Banco Provincia aseguró que los pasajes y el hotel de los enviados se pagaron desde las arcas del banco. Viajaron el economista y un abogado, mientras que el agente de la ex SIDE que los acompañaría estaba a cargo de la delegación en Washington.
La reunión se realizó en Manhattan, en un lujoso condominio a metros del Central Park. Fuentes que exigen una estricta reserva narran que, antes de la reunión, el agente de inteligencia argentino pudo confirmar los logros de los empresarios israelíes, aun cuando no pudo asegurar que los métodos de inteligencia que decían usar fueran absolutamente legales.
Una vez en el condominio, los tres representantes argentinos se sentaron en una imponente mesa. Del otro lado se sentaron los directivos de Black Box, la empresa en cuestión. Allí estaban un exitoso banquero de inversión de Nueva York –el principal inversor de Black Box–, el gerente general de la empresa –que había sido jefe de la inteligencia militar israelí hasta hacía tres años– y un importante integrante del Mossad. Aseguraron que trabajaban en el marco de la inteligencia financiera pero siempre dentro de los marcos de la ley (sic), basándose en información rescatada de lo que se conoce como Deep Internet (espacio virtual y de difícil acceso en internet donde se puede recuperar información muy valiosa). Los representantes de Black Box les aseguraron a los argentinos que con muy pocos movimientos podrían rescatar información suficiente para dar vuelta el juicio contra los buitres en Nueva York. Lejos de hacerlo por amor al arte, pidieron a cambio del trabajo un pago cercano al 15% del total de la deuda en litigio, es decir, unos 1.000 millones de dólares de comisión.
Según detalló un allegado de uno de los participantes de la negociación, el representante de Black Box dijo sin dar muchas vueltas: “Tenemos grabaciones de conversaciones que han tenido Paul Singer y su gente que, si son bien utilizadas por el gobierno argentino, le posibilitaría hacer una presentación invalidando testigos con testimonios que han sido fundamentales en la sentencia de Griesa. Tenemos también un listado de empresarios argentinos que están trabajando para Paul Singer”.
Fuentes cercanas a la Secretaría Legal y Técnica aseguran que “cuando la comitiva argentina escuchó la propuesta, el enviado argentino llamó inmediatamente a Zannini, notando con disgusto “que los vientos habían cambiado y que Zannini se había echado atrás ordenando regresar a los negociadores y sin volver sobre el tema jamás”.
¿Qué pudo haber sucedido? De acuerdo con lo consignado por tres fuentes distintas, Kicillof había operado sobre la presidenta con un éxito rotundo. En pocos días la convenció de dejarlo hacerse cargo de las negociaciones, desplazando a Zannini a un poco decoroso segundo lugar. “En esta negociación había dos equipos, uno lo capitaneaba Zannini y el otro, Kicillof. Algo pasó para que el equipo de Kicillof ganara el partido”, le explicaron al enviado argentino no bien regresó a Buenos Aires.
Quienes se animan a criticarlo aseguran que los delirios teóricos del entonces ministro deslumbraron a Cristina e hicieron caer la negociación. Es una incógnita aventurar cuál hubiera sido el final si todo progresaba, pero sin dudas es una muestra clara de la mala manera en que se manejaban estos asuntos en la Argentina de la década ganada.
Producción periodística: Guido Baistrocchi, con la contribución de Santiago Serra.