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Seguimos como prometí

Hay una sospecha de verde, casi una sombra, en las copas de los árboles todavía invernales que bordean la avenida.

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Hay una sospecha de verde, casi una sombra, en las copas de los árboles todavía invernales que bordean la avenida. Tanto que una está tentada de darle la razón al señor Slotcher y adjudicarles alma a esos pobres plátanos que se equivocan de estación y en vez de desnudarse en verano lo hacen en invierno. Y de paso cumplo con usted y termino de explicarle lo que dice este buen señor porque justamente ahora y, por lo que le llevo dicho, sigo con un repaso del mamotreto. Dice, y sujétese el gorro porque es, en fin, asombroso para decirlo suavemente, dice que todo en este universo tiene alma. Eso no puedo negarlo y ni siquiera discutirlo porque ¿cómo saberlo?, ¿cómo, aunque fuera, sospecharlo? No tengo elementos para eso, ni un triste telescopio, vea. Incluso pensándolo bien o pensándolo por un rato, puedo arriesgar que el tal Slotcher tiene razón. ¿Cómo descansar en un no absoluto? Más fácil y más adecuado es decir sí, claro que sí, y plegarse al ejemplo más brillante tanto desde el punto de vista conceptual como desde el material, ¿O acaso podemos negar que el Padre Sol tiene alma que es la que alimenta su fuego? La tiene, por supuesto, y usted ya se habrá dado cuenta desde que empezó a tomar sol. Y si el Padre Sol tiene alma, qué decir de sus hijos a los que acuna y abriga amorosamente. Todos, desde Mercurio hasta Neptuno, tienen alma, que es la que los lleva a girar en torno a su generoso papá. Y todo lo que hay en cada uno de esos mundos, todo, pero todo tiene su alma. No sé qué o quiénes hay en los otros, pero en este en el que estamos, fíjese, dése una vueltita imaginaria por nuestra Madre Tierra y verá cómo, con muy poco esfuerzo, usted alcanza a ver las almas inquietas o serenas de todo lo que hay en nuestro mundito. Los árboles de mi calle desde ya: viven, cantan con el viento, me mandan su sombra para protegerme cuando hace calor, me hablan y a usted también y a todos: sólo hay que saber oírlos. Haga la prueba. Vaya, instálese bajo los árboles o muy cerca de ellos y va a oír esa voz verde azulada que lo saluda, le da la bienvenida y le brinda sus frutos o sus flores o simplemente con su presencia lo invita a tomar parte en el coro del mundo. Ya ve, los árboles, eso es fácil; las plantas también, más humildemente ya que son más pequeñas y más vulnerables pero ellas también tienen un alma tierna y decidida a seguir alegrándonos la vida. Pero ¿y las cosas? Porque de los animales ya sabemos: piense en su perro o en su gato o en su canario, a los que se les ve el alma en los ojos cuando nos miran. ¿Y las cosas? Las cosas, querida señora, también tienen alma, y si usted tiende a no creerme recuerde que las cosas cercanas a usted le hablan, se ríen con su risa y se preocupan si usted las descuida. Y se lo dicen: escuche, oiga, esté atenta, yo sé lo que le digo.