La renuncia de Boris Johnson como primer ministro británico fue el resultado de un largo proceso en el que su propio partido le fue perdiendo la confianza. Pero el factor desencadenante parece bastante absurdo: Chris Pincher, el vicejefe de la bancada conservadora, manoseó a dos caballeros (uno de ellos, colega en el parlamento) en el transcurso de una cena privada y estos se quejaron a la directora o a la prensa, no sé bien. En realidad, lo que agravó el problema fue que Boris había designado en su cargo al manoseador sabiendo que no era su primera vez. También obró como antecedente que Boris diera más de una fiesta en plena cuarentena, cuando se suponía que los ciudadanos británicos tenían prohibido reunirse. No pagó una multa como castigo por esta falta como lo hizo su colega argentino pero, de todos modos, la fiesta parece un acto más reñido con las obligaciones de un jefe de Estado que las pulsiones íntimas de sus subordinados.
Es muy desconcertante lo que pasó en Gran Bretaña. Pero también es desconcertante lo ocurrido en la Argentina con el ex diputado Juan Emilio Ameri, ahora conocido como “El Chupateta” (hasta hay una canción al respecto) por un episodio de manoseo y beso en plena sesión virtual de la Cámara y a la vista de sus colegas y de los medios de comunicación. Ameri se olvidó de apagar la cámara y lo vio toda la Cámara, por lo cual fue obligado por sus compañeros a renunciar inmediatamente. Pero también se supo que Ameri tenía frondosos antecedentes en materia de acoso sexual a mujeres y de actos de violencia física e intimidación contra mujeres y hombres. Haber dejado que este individuo fuera diputado es una mancha que su obligada renuncia no compensa. De hecho, ni siquiera se puede decir que el acto que lo hizo famoso en el mundo tuviera algo de ilícito y menos de voluntario. Como en el caso de Johnson, el incidente que desencadenó su forzada renuncia no parece tan escandaloso como otros. El senador Alperovich solo pidió licencia cuando fue acusado de abuso sexual, un delito que tiene una pena máxima de veinte años y es un acto bastante más grave que chupar tetas en público (con consentimiento).
Y ahora, pasamos a la sección deportiva de este informe. En este rubro, las diferencia entre los protocolos locales y los británicos es más notoria. Un jugador de Boca fue acusado de agresión sexual, pero el club decidió que siguiera jugando hasta que la justicia lo encuentre culpable, si es que eso ocurre. En la liga inglesa, en cambio, en la última temporada tres conocidos jugadores fueron suspendidos por sus clubes tras distintas acusaciones relacionadas con la violencia de género. Ahora se agrega el caso de un cuarto jugador, detenido por violación y en libertad bajo fianza. En los tres primeros casos (se supone que lo mismo ocurrirá con el cuarto), los jugadores desaparecieron de sus respectivos planteles y sus carreras quedaron en un suspenso que puede ser definitivo. Es difícil responder a la pregunta si la presunción de inocencia debería ser prioritaria sobre la lucha contra la violencia de género. Pero lo cierto es que en medio de la hipocresía y el secreto que suele rodear estos temas, no sabemos qué pasó exactamente en cada caso.
Supongo que llegó el momento de sacar alguna conclusión, pero no se me ocurre ninguna.