Siempre nos pasa lo mismo. El ruido de la fiesta nos pierde y en un momento dejamos de registrar cualquier señal de que puede haber un loco con una bengala o un vivo vendiendo pastillas en mal estado y agua. No les damos bola a los que piden cortar la música y mandarnos a casa antes de que todo termine mal. El dueño del local dice que tiene todo claro, que no se va a zarpar, que no coimea a los que habilitan el predio ni tiene nada que ver con los narcos. Nos convence de que esta vez es diferente. Por un rato elegimos creerle.
Ahora recién acabamos de traspasar la puerta. La cosa empieza a tomar temperatura. Salvo que tengas la mala leche de ser un textil o trabajar en el sector químico, la flasheás. Aunque más pobre que en 2015, sos menos pobre que en 2016. Te lo dice el Indec. Un poco lo notás. Y con un trago mirás el 2018 como si fueras Justin Timberlake. Vos te prendés. Te acostumbraste a llenar menos el changuito, pero sacás un crédito para una moto, para un auto. Te enterás de que a un vecino se le dio mandarse por un préstamo hipotecario con la cuota parecida al alquiler. Tenés motivos para bailar como en un video de Katy Perry.
Allá en el vip, donde pocos registran qué pasa, el dueño se entonó con el viagra de las PASO y se ve sexo explícito. Los gremialistas se movilizan y amenazan con un paro, él les echa un par de alfiles que habían colado en el Gobierno y la huelga se cae del almanaque. Habla de mafias sindicales y van presos ogros impresentables. Los ursos que antes lo amenazaban, ahora ven el panorama y casi que se le ofrecen de patovas por si quiere abrir otros boliches, con otras reglas para los empleados.
Es el clímax de Cambiemos. La están pasando tan bien que hasta los que se fueron buscan formas de volver para sumarse a la orgía. Ahí anda Juan Procaccini, ex titular de la Agencia Nacional de Inversiones, en un hotel céntrico, acercando ideas a los que manejan las obras de vivienda. Y el tren va a toda velocidad. El Ministerio de Transporte lanzó la mayor compra de vagones de pasajeros de todo el mundo este año y les exige a las empresas que presenten las ofertas ya, para el 14 de noviembre. Gigantes como Alstom, Bombardier y Siemens se patean las muletas. El Gobierno exige un 20% de componente nacional. Menos de lo que pidió Sudáfrica cuando compró 3.500 coches en 2015 y exigió que se instalara una planta para ensamblado. Más de lo que exigieron Cristina Kirchner y Florencio Randazzo, cuando la culpa por el crimen de Once los hizo comprar mil vagones en tiempo récord, 100% made in China.
Igual, todo suena a análisis demasiado fino. El parlante tapa a los que gritan que se puede estar moldeando una sociedad de profesionales precarizados o changarines (esta semana el Ministerio de Trabajo informó que a julio el empleo monotribusta crece al 12% interanual contra el asalariado privado en blanco que crece al 1%); la música envuelve a los que marcan que hay adjudicaciones de negocios energéticos para empresarios cercanos al Gobierno (Central Puerto, de Nicolás Caputo y Guillermo Reca, se quedó con dos centrales térmicas sobre tres licitadas); las luces no dejan ver a los que marcan que caen las exportaciones, fábrica genuina de dólares, mientras crece la carga de intereses para pagar a futuro; el alcohol distrae a los que en otro momento hubieran advertido que todas las voces empiezan a parecerse demasiado, con prácticas de la época en que amigos de Néstor Kirchner copaban los medios (ahora Orly Terranova, ex candidato PRO, se prepara para regentear C5N, la voz que –aunque poco creíble– contrapesa el mainstream de los medios).
El manager de la noche dice que no le vengan con reparos del pasado, que él viene de otro palo, y que tiene estudiado hasta dónde puede tirar de la cuerda y cuándo aflojar. Su gente le dice que está OK pedir plata afuera al menos hasta 2020. El va más allá: dice que todos los que bailan han cambiado, y que saben cuándo es hora de volver a casa. n