El Papa pidió disculpas. ¿Por qué no la corona española?
Para justificar las atrocidades de la conquista fue necesario quitar a los americanos su condición humana. Descripto por primera vez en el capítulo LII de Les Singularités de la France Antarctique de André Thevet, el “haut” es uno de los americanos entonces más difundidos en Europa: “Tiene el tamaño de una mona de Africa, el vientre colgante y una cabeza parecida a la de un niño. Cuando se la captura suspira como un niño acongojado (...). Además a esta bestia nunca se la ha visto comer”. También Colón consignó que lejos de La Española, ciudad por él fundada, había seres “con hocico de perros que comían los hombres y que tomando uno lo degollaban y le bebían la sangre y le cortaban su natura”. No había dudas: seres tan extravagantes debían ser humanizados.
La dominación no se ensañó solo con el cuerpo –tortura, agotamiento, hambre, muerte– sino también con el ánimo –terror, depresión, desesperanza–. Pero fundamentalmente con el alma. El amo, para sojuzgar plenamente, debe sustituir las creencias del esclavo por las suyas propias. Por las que sirvan a sus propósitos.
Fray Diego de Landa, sacerdote franciscano, mandó a apresar a treinta caciques “mayas” prominentes, incluyendo los gobernadores de Pencuyut, Tekit, Tikunché, Hunacté y otros lugares. En las semanas siguientes detuvieron a Francisco de Montejo Xiu, gobernador de Maní, Diego Uz, señor de Tekax, Francisco Pacab, jefe de Oxkutzcab, y Juan Pech, principal de Mama. Había dado comienzo uno de los más célebres episodios de persecución de idolatrías en la América hispana; el auto de fe se abrió con una procesión de españoles e indios penitenciados que marchaban a los sones del salmo Miserere mei, Deus. Luego las habituales torturas, para arrancar confesiones heréticas. Pero más doloroso quizá que cualquier padecimiento físico fue para los indígenas tener que presenciar con estupor la destrucción de sus objetos religiosos. Se quemaron 5 mil ídolos de diferentes formas y dimensiones, 13 grandes piedras utilizadas como altares, 22 piedras pequeñas labradas, 27 rollos con signos y jeroglíficos, y 197 vasijas de todos los tamaños. Los herederos de la vieja civilización centroamericana asistían consternados a este espectáculo inaudito, y el fraile que más tarde “ayudaría” con sus informes a la recuperación del pasado de Yucatán permanecía impasible mientras el fuego devoraba tantos preciosos testimonios de la antigüedad. Solo tres de los bellísimos códices mayas llegaron milagrosamente hasta nuestros días. El mismo Landa informará: “Hallámosles gran número de libros de estas sus letras, y porque no tenían cosa en que no hubiese superstición y falsedades del demonio, se los quemamos todos, lo cual sentían a maravilla y les daba pena”.
Los originarios debieron enfrentar en franca desventaja a los invasores protegidos por armaduras y petos y con rayos en sus manos que vomitaban plomo y muerte. Su estrategia era infectar las heridas o roces que provocaban sus flechas. La preparación de la ponzoña no era simple: “En un vaso o tinajuela echan las culebras ponzoñosas que pueden haber y muy gran cantidad de unas hormigas bermejas que por su ponzoñosa picada son llamadas caribes, y muchos alacranes y gusanos ponzoñosos de lo arriba referidos, y todas las arañas que pueden haber de un género que hay, que son tan grandes como huevos y muy vellosas y bien ponzoñosas, y si tienen algunos compañones de hombres los echan allí con la sangre que a las mujeres les baja en tiempos acostumbrados, y todo junto lo tienen en aquel vaso hasta que lo vivo se muere y todo junto se pudre y corrompe, y después de esto toman algunos sapos y tiénenlos ciertos días encerrados en alguna vasija sin que coman encima de una cazuela o tiesto, atado con cuatro cordeles, de cada pierna el suyo, tirantes a cuatro estacas, de suerte que el sapo quede en medio de la cazuela tirante sin que se pueda menear de una parte a otra, y allí una vieja le azota con unas varillas hasta que le hace sudar, de suerte que el sudor caiga en la cazuela, y por esta orden van pasando todos los sapos que para este efecto tienen recogidos, y desde que se ha recogido el sudor de los sapos que les pareció bastantes, júntanlo o échanlo en el vaso, donde están ya podridas las culebras y las demás sabandijas, y allí le echan la leche de unas ceibas o árboles que hay espinosos, que llevan cierta frutilla de purgar, y lo revuelven y menean todo junto, y con esta liga untan las flechas y puyas causadoras de tanto daño. Y cuando por el discurso del tiempo acierta esta yerba a estar feble, échanle un poco de la leche de ceibas o de manzanillas, y con aquesta solamente cobra su fuerza y vigor”.
No sabemos si la corona española tendrá la grandeza de disculparse, pero al menos no ofender con la celebración en los países americanos de su fiesta nacional, el 12 de octubre.
*Historiador.