Al leer el catálogo del inminente Bafici, me llama la atención la película 1048 lunas, ópera prima de la francesa Charlotte Serrand, que reseña Alvaro Arroba, flamante programador español del festival. Arroba se casó hace días con una argentina y ya dice “coger” en lugar de “follar”, lo que habla de su rápida adaptación al medio. 1048 lunas se ocupa de unas mujeres que, al borde de un acantilado, añoran la presencia de sus maridos y amantes, héroes de la Guerra de Troya. Aparece Penélope, desde luego, pero también las chicas de Aquiles, Demofonte, Leandro y Paris. Los hombres nunca llegan, y las mujeres se pasean alegres y anhelantes al sol mientras musitan las cartas de amor de las Heroidas, de Ovidio.
Lo que más me intrigó del texto fue la afirmación de que 1048 lunas recuerda al grupo Zanzibar. Nunca había oído el nombre, así que le pregunté por él a Arroba, quien me recomendó un artículo de la revista online trilingüe Cinema Comparative escrito por Jackie Raynal, una de sus animadoras. (Acabo de recordar que Zanzibar es también el nombre del más famoso bar gay de Cannes, pero supongo que una cosa no tiene nada que ver con la otra). El grupo se llamó así por la empresa productora homónima, propiedad de Sylvina Boissonnas, una realizadora y militante de ultraizquierda que heredó una fortuna y la puso a disposición de cualquiera que intentara un emprendimiento artístico. Participaron del grupo figuras como el actor Pierre Clémenti y el director Philippe Garrel, a quien Boissonnas le produjo cuatro películas, tres de las cuales se verán en el Bafici como parte de una retrospectiva dedicada al director. Uno de los personajes clave de Zanzibar fue la propia Raynal, autora de Deux Fois, una de las películas más singulares y misteriosas de lo que se ha dado en llamar “cine experimental”, aunque obras como esta hacen pensar que el mundo nunca debió prestar atención a otra clase de imágenes en movimiento.
Deux Fois, filmada en Barcelona en 1969, está protagonizada por la propia Raynal y se propone “abolir la significación”. En una hora logra fascinar al espectador a partir de su propia incomodidad. Raynal muestra a una nena en un tren, a ella misma entrando a una farmacia y pidiendo dos clases de jabón, a la multitud en las calles, a un hombre que duerme y al mismo hombre que sueña, a ella de nuevo con los senos desnudos y orinando en el suelo de una habitación. Lo que de verdad perturba de Deux Fois es que cada escena es de una enorme tensión, provocada en buena medida porque quienes aparecen frente a la cámara miran detrás de ella, como si lo importante estuviera ocurriendo en otra parte. Se invierte así la lógica del cine: ahora no son los espectadores los que miran la película, sino los actores los que miran lo que el espectador nunca verá.
Si Deux Fois se financió gracias a una mecenas insólita, 1048 lunas lo hizo por medio de otro sistema heterodoxo, el crowdfunding: setenta amigos, parientes y conocidos aportaron unos euros para completar los tres mil que costó la película. Pensando en la libertad que deviene de estos sistemas de producción que excluyen organismos estatales, comités de reforma del guión y otros entes sospechosos a los que suelen acudir los cineastas, me pregunto si algún día no habría que tomarse este tema en serio.