La semiología ha debido desempolvar el concepto de “significante vacío” para tratar de explicar qué es lo que Cambiemos quiere cambiar.
Groseramente, según esta teoría, ningún significado político se corresponde con el discurso macrista; un huevo hueco sin yema y sin clara, una bandera nacional de un país que no existe. Más brutalmente: no hay más que globos amarillos. No me convence. Se me antoja una coartada intelectual que elude olímpicamente la pregunta inicial; ¿qué quiere cambiar Cambiemos?
Raras veces entiendo lo que dice Macri. Y cuando lo consigo él muda instantáneamente de idea y afirma lo contrario. Como tantas veces ha reclamado el Gepetto ecuatoriano, no hay mejor negocio que ocultar la baraja. Si hay propuesta, mejor es que no se sepa. Las palabras de Macri, no hay nada que hacerle, llevan en sus entrañas el germen de la incomprensibilidad. No queda otra que orientar la pesquisa hacia sus seguidores.
¿Será nomás que hay un voto estético que no tolera los bucles de Cristina? ¿O un voto sanitario que avala los diagnósticos por correspondencia de Nelson Castro? ¿O las predicciones de Elisa Carrió, nuestra Casandra de cabotaje, que ponen menos en evidencia la locura que denuncia que la suya propia? ¿Habrá que comprar la soberbia como una nueva categoría política? ¿Creen de verdad que Macri es un dique de contención para la corrupción? ¿O tan sólo apuestan con mezquindad a la baja de las retenciones a la soja o la apertura de las importaciones?
De todo hay en la viña del señor Macri. Sin embargo, si se escarba un poco más, el lingüista aficionado descubrirá palabras, frases, ideas comunes que se repiten y aparecen subrayadas en el diccionario de Cambiemos. Orden, seriedad, castigo, mercado, ajuste, respeto, mano dura, derrame, excelencia, elite, eficiencia, pragmatismo, Occidente, vagancia, erradicación, orden natural, y podría seguirse un rato más.
Quienes comparten este vocabulario son las mismas personas que en un acto de fe ciega decidieron creerle a Macri que izquierda y derecha son cosas del pasado y que en un futuro esperanzador, tal como diría Jacobo Winograd, administración mata ideología. Cambiemos no es, entonces, un significante vacío.
Está, por el contrario, preñado de significados múltiples. Cambiemos es gorila (en su doble acepción: antiperonista furioso y eterno reaccionario), facho, oligarca. Cambiemos cree en la grieta que inventó Lanata.
Y esa grieta, a diferencia de lo que él pretende, no divide a los buenos de los malos, a los ladrones de los impolutos, a los nostálgicos de los que van para adelante, a los crispados de los mansos.
Esa falla, que sí existe y desde hace mucho tiempo, separa peronistas de gorilas, ricos de pobres, estatistas de privatizadores, progresistas de fascistas, memoriosos de olvidadizos. Por supuesto que puedo no mirar lo que está ocurriendo, pero no puedo no ver lo que ya sucedió.
En diez o veinte años, los setentistas descansaremos en los cementerios. Los que siempre detestamos el fascismo no queremos ser condenados a morir en medio de una pesadilla que nunca imaginamos: un gobierno de derecha elegido por el pueblo.
Repito lo que vengo diciendo después de la primera vuelta: voto a Scioli, con fe, con esperanza, con Don Bosco y La Mignon, con Carnera y San Martín. Para terminar, dos noticias, una mala y una buena. La mala: creo que va a ganar Macri; la buena: nunca acierto con mis pronósticos.
*Periodista.