COLUMNISTAS

Sin buffer

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Dos libros presentados recientemente reflejan la constancia de un rasgo de carácter.

Un buffer es un parlante que reproduce sonidos de baja frecuencia. Pero, para la química, es una sustancia que absorbe ácidos y mantiene constante el pH de un líquido. Un buffer, además, es un amortiguador, un regulador y un tampón.

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Los organismos sociales también tienen minimizadores de extremos –ácidos o agudos–, que son los líderes. Pero no funcionan con la regularidad de la química o la física.

Dos libros que se presentaron recientemente son ejemplo de los picos altisonantes que caracterizan el tono argentino y de cómo la ausencia de buffers ha sido la gran protagonista de las últimas décadas.

El primero fue el de Ceferino Reato: Operación Primicia, segundo de la saga revisionista de los años 70 contraria a la visión del oficialismo, que comenzó con Operación Traviata, sobre el asesinato de Rucci. Ambos libros de Reato se convirtieron rápidamente en grandes best sellers, indicando que en ellos hay algo más que ellos mismos. Hay una demanda en una parte de la sociedad de un discurso contrario al Gobierno despertada por el propio Gobierno en su –por ahora– funcional política de polarización. Obras con esta temática no hubieran tenido tanto éxito editorial en otro contexto.

El segundo fue el de Miguel Wiñazki: La locura de los argentinos, que se enfoca en la primera década de este siglo XXI, pero cuyos caracteres no difieren tanto de los de la década del 70 que ambienta el libro de Reato, y la explicación de Wiñazki es válida para ambos momentos.

Señala que “la locura seduce, magnetiza, enamora y emociona. Gritar, maltratar, golpear, matar son tentaciones potentes y suicidas. La crisis y la locura son una fiesta negra que nos sigue y a la que seguimos como perros que se muerden la cola”.

“El fuego y el ruido colectivo –continúa Wiñazki– fueron desde los tiempos primordiales una forma de exorcismo social relativamente común para ahuyentar el mal. Hipnotizados por la orgía que los excita hasta el clímax de su propia conversión en inquisidores, vengadores, abusadores visuales, arbitrarios jueces del bien y del mal. Portadores del poder más absoluto, y ése es el deseo más profundo: los sometidos desean desesperadamente someter.”

Para el autor, “la administración pública de la rabia es el reverso del pánico interior de la sociedad. A mayor temor, mayor agresión contenida, y la estrategia oficial, feudal casi siempre, a lo largo de las cronologías argentinas, ha sido la de decidir desde el poder a quién es conveniente odiar. Gobernar es el arte de convencer a quién abominar”.

Concluye con el kirchnerismo diciendo que “concebía a la calma como una de las formas de la improductividad política”. Y que somos un “país desmesurado, excitado ante la muerte. País barrabrava. Argentina ininteligible y eso es precisamente la sensación de la locura. El modelo es la locura. El corazón de las tinieblas es el corazón de la locura”.

Por qué la locura es una constante en la Argentina –como lo fue en otras naciones en otras épocas– se comprende también leyendo otro libro, en este caso, del siglo XVI, Elogio de la locura, de Erasmo de Rotterdam. Allí escribió que “la vida está hecha de tal modo que cuando más locura se pone en ella, más se vive. Sin ella, el súbdito se cansaría del príncipe, el criado del amo, el sirviente de su dueña, el discípulo de su maestro, el amigo de su amigo, el marido de la mujer, el huésped del huésped y el camarada del camarada. Es preciso que se engañen, adulen, complazcan; que se froten con la miel de la locura. Si se la arrojara del mundo, en vez de sufrir a los demás, cada cual se disgustaría de sí mismo y consideraría horrible su suerte”.

“¿Hay locura mayor –continúa Erasmo– que complicarse en una lucha muchas veces sin saber por qué, aunque sin desconocer que ambos bandos han de perder más de lo que ganen? La prudencia desmañada es imprudencia.”

Del cuerdo dice: “Todos huirían del hombre sordo a los sentimientos de la naturaleza, sin pasión, inaccesible al amor o la piedad. Ese hombre todo lo vería con ojos de lince, no se equivocaría jamás, se creería el único sano, el único rico, el único rey, el único libre. Consideraría que lo es todo y nadie comparte su juicio. No tendría amigos, despreciaría a los dioses y todo lo que se hace en el mundo sería motivo de sus críticas y burlas. Los hombres se alejan de la felicidad a medida que se acercan a la ciencia. Los sabios sólo les hablan a los príncipes (léase hoy, la opinión pública) de cosas tristes, no temen herirlos con cosas punzantes. En cambio, los locos les dan lo que desean a toda costa: juegos, alegrías, risas, diversiones. Los príncipes no pueden oír la verdad porque necesitan rodearse de aduladores, y si evitan a los sabios es por el temor de hallar alguno bastante libre para osar soltarles ciertas cosas más verdaderas que gratas”.

Finalmente, Erasmo recomienda –se podría decir que especialmente al político– que “si se codician los honores y riquezas, hay que saber que un burro o un buey los lograrán antes que un sabio. De amar el placer, se tiene que estar consciente de que las mujeres hermosas, que son como su alma, se brindan totalmente a los locos y se horrorizan del sabio. Por decirlo así, quien desee vivir con algo de deleite y alegría debe comenzar por sacar al sabio de su lado. El sabio detesta el oro; por consiguiente, no es extraño que se le cierren todas las puertas”.

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Un buen deseo para este 2011 que comienza sería más buffer para Argentina. Pero difícil que se cumpla.