El problema de quienes creen que la economía que implementa Macri se dirige en la dirección correcta no es que gane Cristina Kirchner en la provincia de Buenos Aires. Que el dólar baje si Cambiemos empata o gana, y aumente si el triunfo de la ex presidenta fuera rutilante (más de cinco puntos), como que también las inversiones crezcan considerablemente o se paren según el resultado de unas elecciones legislativas, son sólo síntomas del problema. Nuestro dilema ahora se llama grieta pero viene de unitarios y federales, conservadores y radicales, peronistas y antiperonistas, últimamente kirchneristas y anti K o republicanos y populistas.
El problema es creer que eliminando al otro se elimina el obstáculo, cuando sólo se lo agranda. El ensañamiento mediático con el gobierno de Cristina Kirchner logró revivirla. Cuando la violencia (simbólica en esta etapa pero real en los 70) genera triunfos, son pírricos.
Macri podrá ganar o no perder elecciones con Duran Barba, pero para gobernar precisa más a Monzó
Comportarse igual que el otro en el campo que se lo combate convierte los triunfos en derrotas. Aun teniendo razón, la venganza transforma a la víctima en victimario. Al responder al periodismo militante de la era kirchnerista con periodismo militante anti K hoy, se pierde al “ganar”.
Aquellos que creen que ayudan a Macri criticando todo de los K le están haciendo un mal favor. Decir que se está dispuesto a hacer cualquier cosa para que no vuelvan los K crea el monstruo, primero a nivel fantasmático, y algunas veces hasta en lo real. Atacar al otro puede ser engrandecerlo: durante muchos años, el mayor castigo que Clarín ejercía sobre cualquier político o figura que precisara el reconocimiento público era no mencionarlo.
Decir que la intención de voto de Cristina Kirchner no responde al fogoneo de la grieta sino al capital electoral que conserva todo ex presidente, poniendo como ejemplo a Menem, que sacó el 24% de los votos en 2003, es un error. Menem no fue candidato en las elecciones legislativas posteriores a que dejara el cargo (2001) y en 2003 su suerte no hubiera sido la misma si no hubiera existido el colapso económico de 2002. La valoración de Cristina Kirchner fue mejorando en 2017 en la misma medida en que fue empeorando la aprobación de la gestión de Macri.
La grieta es un muro. Estas elecciones son un buen momento para reflexionar. La grieta tiene consecuencias económicas serias. La Argentina comenzó a dejar de ser el país estrella que era hasta 1930, a partir de los golpes de Estado y la continuación del espíritu beligerante durante las democracias. Invertir no es sólo invertir dinero. Siempre se invierte tiempo. Se lo invierte en capital (tiempo pasado), en esfuerzo, en compromiso, en dedicación, en todas las formas que implican apostar a la cosecha del fruto futuro de esa inversión. Donde todo cambia sólo hay presente, y el futuro es impredecible.
Para que haya inversión se tiene que cerrar la grieta. Hacen falta estadistas en el gobierno y en los poderes fácticos para integrar al otro en lugar de expulsarlo. Los medios de comunicación son actores principales de los poderes fácticos y tan responsables como los gobernantes del retraso que Argentina padece desde hace 87 años, y de manera creciente a partir de la masividad de los medios audiovisuales.
Cada ciclo fracasa por lo mismo que el anterior: los unos se oponen a todo de los otros cuando éstos gobiernan, y viceversa. Sin consenso no hay crecimiento sostenido.
Los medios de comunicación nacionales que tienen su audiencia en el Gran Buenos Aires son un reflejo de una sociedad que sólo vota contra: Cambiemos contra los K, el kirchnerismo contra Macri, y los de Massa contra la polarización.
Cada uno con su negación: “Para que no vuelva Cristina”, “para parar a Macri”, “ni corruptos ni ajustadores”. Pablo Moyano dijo que el voto bronca a Macri se irá a Cristina y a Massa. Ya el voto bronca a los K hizo a Macri presidente.
Como hámsteres en la rueda hacia el mismo lugar, pasamos de repetición en repetición. Macri ya ganó la elección a jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires contrastando con la debacle de un predecesor: Ibarra, a partir de Cromañón. Y Cristina ya hizo campaña electoral con el silencio en 2007, cuando la expectativa que se tenía de ella era que sería más republicana que su marido.
Néstor Kirchner, además de tener viento de cola, supo convencer a una amplia mayoría de la sociedad de que su rumbo era el correcto, y apeló a la transversalidad. Lo mismo la primera presidencia de Menem, que culminó con una Constituyente con acuerdos entre el peronismo y el radicalismo. No es casual que esos dos momentos hayan sido los de mayor crecimiento económico: en los cuatro años entre 1991 y 1994, la economía creció el 36%, y en los cinco años entre 2003 y 2008 creció el 44%. Antes de Menem, durante tres décadas no se había logrado crecer más de dos años seguidos. Lo mismo después de 2008: nunca se pudo crecer más de dos años seguidos.
Sólo crecimos más de cuatro años seguidos en 1991-1994 y en 2003-2008 con la oposición alineada
Hay también una relación inversa entre consenso y crecimiento: cuando la economía vuela, la oposición está obligada al diálogo. Pero precisamente el consenso es necesario para mantener el rumbo en los momentos de valle económico.
La grieta también es un muro que cumple el objetivo de que unos no tengan contacto con los otros. El etólogo Konrad Lorenz –que por ser austríaco y médico fue reclutado por ambos bandos de la Segunda Guerra– sostenía que si las partes pudieran confraternizar no habría batallas, y una de las tareas de quienes conducen es que unos y otros no se vean de verdad. Argentina precisa derribar el muro de la grieta para que en el siglo XXI no repitamos los errores anteriores. Recomiendo leer la excelente nota de tapa de la revista Noticias de esta semana sobre las elecciones, titulada “La patria embrutecida (¿somos o nos hacemos?)”. Y recomiendo a Macri que le preste más atención a Emilio Monzó. Con Duran Barba podrá ganar elecciones, pero para gobernar con éxito precisa consenso.
Para un país con la historia de la Argentina de las últimas décadas, el cambio será el consenso.