COLUMNISTAS
LAS CHANCES ARGENTINAS EN LOS JUEGOS

Sin demasiadas expectativas de cambio

A cinco días del comienzo del evento deportivo más importante del mundo, las perspectivas de que la representación nacional aumente la cantidad de medallas obtenidas en Atenas 2004 son pocas, debido, principalmente, a la falta de una política deportiva en estos último cuatro años y a la cantidad de escollos atravesados por nuestros representantes en la preparación. El fútbol, el hockey femenino y el básquet son favoritos para llegar al menos a semifinales. Hay buenas perspectivas por el lado del yachting, el taekwondo y el ciclismo. Y el gran golpe, claro, que puede dar Nalbandian en tenis.

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Si el diez por ciento del interés que los argentinos dedicaremos a los Juegos Olímpicos a partir del próximo viernes se mantuviera con cierta intensidad una vez concluida la competencia –es decir, durante la “Olimpíada”, que en realidad es el período de cuatro años que va de un juego al otro–, nuestro deporte sería no sólo diferente, sino mucho mejor. En realidad, si tuviésemos algo de continuidad en el entusiasmo o en el reclamo ante una crisis económica, de salud o de confiabilidad institucional, el país mismo sería no sólo diferente, sino mucho mejor.

Pero nada me permite sospechar que algo pueda ser distinto al 2004, cuando ganamos seis medallas, o a 1984, cuando vinimos secos de Los Angeles sin siquiera poder sacar provecho del boicot de los soviéticos y sus aliados de entonces.

Si bien nadie discute que las generalizaciones son inevitablemente injustas, supongo que son tan pocas las excepciones que ni siquiera vale la pena detenerse a hurgar en ellas. Me refiero a los casos, si existieran, en los que efectivamente una representación argentina de cualquier deporte pudiese contar con todas las patas de la mesa sanas. Si usted tiene en mente algún equipo o algún deportista que haya llegado al éxito como consecuencia del trabajo conjunto e idóneo de atleta, cuerpo técnico y dirigencia le pido que, por favor, me lo haga saber. Eso sí, sin peros. Porque Las Leonas y el básquet, Georgina Bardach y Santiago Fernández pueden ser consecuencia de un trabajo en equipo pero difícilmente podamos decir que se cuenta con una dirigencia integralmente sana.

Lo duro del asunto es que, a poquitos días de la ceremonia inaugural, ninguno de los más de 130 deportistas argentinos puede decir que no haya tenido escollos absolutamente innecesarios que salvar camino a Beijing. Ni el fútbol, con su presunto contexto de organización megaprofesional, se salvó del bochorno que significó tener que esperar más de una semana para contar con Lio Messi. De ahí para abajo, abundan los ejemplos negativos.

Por caso, la natación, que tuvo retenidos fondos de la Secretaría de Deportes por haber soportado un doble comando institucional hasta ¿hace pocos meses? (no estoy seguro de que el asunto no esté aún en discusión). Por ejemplo, una anécdota demasiado reciente del seleccionado de hockey, cuyas jugadoras reclamaron un viático para una competencia en el exterior y, cuando se les aceptó otorgar 100 dólares –en total– por jugadora, se les aclaró que tendrían la posibilidad de devolverlos en cuotas.

¿Ustedes imaginan que en Kenya o en Etiopía –países sustancialmente más pobres que Argentina– a alguien se le ocurra no priorizar el escaso presupuesto deportivo en sus legendarios fondistas? Yo tampoco. Pues bien, en la Argentina, país que obtuvo cinco de sus últimas 13 medallas en yachting, a nadie se le ocurre que haya que priorizar el apoyo a esa disciplina que, por cierto, es de las que más cerca están de insinuar la chance de ganar más de un podio en China.

Para un país como el nuestro, augurar medallas olímpicas es un absurdo. Sin política deportiva, sin un presupuesto acorde con el planeta de los anillos –ni se discute que, si la prioridad fuese mejorar la educación o la salud, bienvenido sería no invertir en deporte– y con demasiado dirigente mucho más preocupado en sacar algún rédito, subirse a algún avión o calzarse una joggineta oficial, cualquier medalla olímpica está mucho más cerca del milagro del talento que de la consecuencia de una organización seria. Pese a ello, me animaré a imaginar algunos escenarios posibles.

Casi irresponsablemente, pero con la libertad que me da no ser uno de los que se la juegan en las canchas, las pistas o las piletas, me animo a imaginar que la cosecha argentina en Beijing vaya de ninguna medalla a un máximo de seis.

El fútbol, el hockey y el básquet tienen recursos para alcanzar, al menos, las semifinales. Eso significa jugar dos veces por una medalla. Si hay un huequito de ilusión para una medalla dorada argentina, deberíamos soñarla/s nuevamente alrededor de estos equipos.

El yachting cuenta con la dupla Espínola-Lange como buque insignia, pero quienes conocen nuestro equipo señalan que hay entre tres y cinco embarcaciones más que podrían llegar con chances de podio a la última regata. Por lo general destacan, además, que un enemigo importante de los nuestros será la ausencia de viento que se augura en Qingdao.

Vanina Sánchez Beron (Taekwondo) viene de tener un buen año de preparación y sabe lo que es derrotar a una campeona mundial. Pero tanto lo suyo como lo de los yudocas estarían condicionados por el sorteo que a veces hasta enfrenta en ruedas previas a un campeón olímpico con una gran figura a nivel mundial.

En atletismo y en natación hay que acomodarse a una realidad lejana a la vivida en Atenas. Es cierto que estamos en época de renovación, pero ni Alejandra García volvió a saltar los 4,40 m que la llevaron a la final de Atenas, ni Bardach corrió nuevamente el registro que la llevó a la medalla de bronce. Objetivamente, la única con marcas reales de final olímpica es Jennifer Dahlgren, quien si repitiese los 72 metros y monedas de su récord su-damericano estaría entre las 12 de la rueda decisiva. Para Germán Chiaraviglio, pasar la clasificación en garrocha sería un sueño y para José Meolans, pasar a semifinales en 50 o 100 libre significaría haber mejorado sus récords regionales. Porque, mientras José sigue nadando, muchos de sus rivales andan últimamente con el motor fuera de borda.

Habrá un plantel importante en ciclismo. Pero sólo dos en las tradicionales pruebas de pista, ahí donde se retirará ese olímpico por excelencia que es Juan Curuchet. El y Walter Pérez irán por la prueba Madison, y si bien siempre son candidatos al podio, no puedo olvidarme de que quedaron lejos en Atenas, instancia a la cual llegaron siendo campeones mundiales de la especialidad. Un enorme signo de interrogación es el asunto del BMX (vulgarmente, bicicross), donde tenemos muy buenos exponentes a nivel internacional, pero tratándose de un debut olímpico, aventurar –o rechazar– la posibilidad de una medalla no tiene ningún sustento.

El tenis podría dar el gran golpe. Dependerá fundamentalmente y una vez más de cómo llegue David Nalbandian. Si está bien preparado y a partir del desgaste de Nadal y Djokovic en la temporada norteamericana y de la falta de confianza de Federer, perfectamente podría subirse al podio tanto en singles como en pareja con Guillermo Cañas.

Pese a haber estado un tiempo muy largo sin competir por un doping positivo, Nora Koppel logró en los últimos meses marcas muy interesantes que, si le permiten ingresar en el Grupo A de su categoría en levantamiento de pesas, debería mantenernos muy atentos a la chance de luchar un tercer puesto en un muy buen día.

Insisto, todo esto pasa por una elucubración de alguien que no tiene la menor presión de la competencia. Desde ese mismo lugar, le recuerdo al hincha que no existen antecedentes de medallas “fáciles” para nuestro país. Ni siquiera el título del fútbol cuando, pese al gol de Tevez y de los expulsados que sufrió Paraguay, el equipo de Marcelo Bielsa jugó su peor partido del torneo en esa final.

Es que mientras por la tele miremos cómo China intenta robarle el medallero a Estados Unidos, nosotros seguiremos tratando de buscar un hueco lejos de la punta, entreverados con países como Taiwán, Uzbekistán, Georgia o Marruecos.

Recordemos que los argentinos somos fanáticos olímpicos durante dos semanas, cada cuatro años. Y un campeón olímpico no se construye con una beca extraordinaria de 4.000 pesos a un mes de los Juegos, sino con una política a largo plazo que involucre, hoy, a nuestros hijos o nietos.