Las boletas múltiples sirvieron en los sistemas electorales manipuladores del siglo pasado y después desaparecieron de casi toda América Latina. Para algunos, la discusión sobre este tema es irrelevante, porque en la actualidad los efectos del fraude son marginales: Cristina Fernández habría ganado de todas formas la presidencia de la Nación y lo que saque Margarita Stolbizer no determinará el resultado de estas elecciones.
Para otros, no se debe permitir el robo de un solo voto, de ningún candidato, ni el incendio de ninguna urna. Es un tema de principios: debemos protestar cuando se manipula la democracia en cualquier lugar del mundo. Por otra parte, por primera vez en la historia argentina es probable que tengamos una segunda vuelta presidencial, en la que los pocos votos que pudiera mover un sistema electoral tramposo podrían alterar el resultado.
Los sistemas electorales modernos simplifican las cosas para que el elector pueda expresarse libremente. Los viejos métodos trataban de manipularlo haciendo cosas como inscribir decenas de candidatos para que proliferaran las boletas y el elector se confundiera frente a una montaña de papeles entre los que debía buscar a sus candidatos. Si no los encontraba, podía recortar pedazos de boletas para meterlos en un sobre y sufragar. El sistema fue ideado para marginar a minorías sin dinero suficiente para imprimir millones de boletas, distribuirlas, cuidarlas, reemplazarlas. Estas prácticas parecen ridículas en un país en el que, como decía Manuel Mora y Araujo, la sociedad se desarrolló más rápidamente que los políticos. Las posibilidades de un fraude masivo existen, pero son bajas porque los ciudadanos usan cámaras fotográficas, viven conectados a la red y no son sumisos como los antiguos.
En la segunda mitad del siglo XX nació la boleta única para garantizar que cualquier ciudadano, en cualquier sitio de un país, tenga la libertad de votar por cualquier candidato que se haya inscrito legalmente. Se crearon en todo el continente, menos en Argentina y Chile, organismos electorales independientes y poderosos que imprimieron boletas en las que aparecían los nombres de todos los candidatos en igualdad de condiciones, impidiendo así las trampas de algunos políticos que diseñaban la boleta para confundir, como un gobernador que se inscribió como candidato secundario en las elecciones legislativas de su provincia para que su nombre apareciera con grandes caracteres haciendo creer a los electores que el candidato a legislador era él. La boleta única no se puede falsificar, se elabora en papel seguridad, con fibras visibles e invisibles y sellos de agua, y se imprime un número determinado de ejemplares que están foliados y controlados. Cada presidente recibe las boletas necesarias para su mesa, y las que sobran se cuentan y devuelven a la autoridad electoral.
La boleta única tiene variaciones que van desde las más atrasadas, como la peruana y la boliviana, que pretenden educar a los electores para que se hagan “partidistas”, hasta las más modernas que se usan en México, Chile, Colombia, Costa Rica y Ecuador, que estimulan la libertad del votante.
En estos países, el elector recibe una boleta en la que figuran los nombres y fotos de todos los candidatos para determinada categoría, va detrás de un biombo, selecciona a su preferido y vota. Este año se usaron en México urnas transparentes, para que todos pudieran ver al empezar la elección que estaban vacías y constatar la evolución de su carga. En las boletas plurinominales de algunos países aparecen los nombres de todos los candidatos para que los electores pueden escogerlos aunque figuren en distintas listas. La suma de votos de todos los candidatos de cada partido sirve para la asignación de bancas, pero los candidatos se refrenan dentro de cada lista según la cantidad de votos que sacaron individualmente.