Apesar del resultado de las PASO, se sigue diciendo que no existe oposición. Se han escrito ríos de tinta sobre la falta de una alternativa que se haga cargo, entre otras cosas, del post kirchnerismo. Para algunos, no hay quien hilvane una alternativa al peronismo. Se acusa a la oposición de cáscaras vacías sin proyectos programáticos y sin capacidad de transmisión política estratégica. Al parecer, la causante de esta debacle es la falta de autocrítica de la presunta clase política, que ha perdido la honestidad intelectual y ética. Esta vertiente del pensamiento augura que si alguna vez se produce una autocrítica semejante se recuperará el sistema de partidos.
Déjenme decirles dos cosas que seguramente van a provocar irritación en el lector, pero que pienso con sinceridad. La primera es que la configuración de poder, es decir la acción política, desde los tiempos de Maquiavelo no tiene por qué tener un tinte ético. La actividad política es amoral. Ni moral, ni inmoral. Por tal motivo, no nos sentemos a esperar que la “clase política” haga una autocrítica porque no va a ocurrir jamás. En política, las autocríticas las hacen las sociedades cuando votan en tiempos electorales o se movilizan y manifiestan en tiempos no electorales. Vivir contento durante la fiesta de consumo e indignarse en tiempos de facturas impagas es responsabilidad del ciudadano, del votante, del contribuyente. Con esto no justifico hechos de corrupción de políticos, sino que digo que el mayor peso ético está entre los que debemos prestar atención a las acciones de gobierno. Hacerse el distraído en tiempos de fiesta habla más de la ética de una porción importante de la sociedad argentina y no de los políticos.
En segundo lugar, quiero decir que terminemos con esa presunta verdad revelada de que no hay oposición. El problema del sistema político argentino es que sobra oposición, y pensar esta problemática añorando melancólicamente el bipartidismo peronista-radical es un anacronismo fatal. Sobra oposición porque hace treinta años vivimos una metamorfosis desde una democracia de partidos de masas a una democracia de audiencia. Los partidos políticos siguen siendo importantes en la estructuración de las campañas, la movilización de recursos materiales, humanos y simbólicos (ideología) pero ocupan un rol secundario. Lo importante en una democracia de audiencia, lo realmente importante son los candidatos. Con los medios masivos de comunicación (y ahora las redes sociales), ya no es importante pertenecer a un partido, sino tener un alto nivel de conocimiento y como subproducto una alta imagen positiva. Por eso sobra oposición, porque hay muchos candidatos conocidos y el desafío es unirlos en coaliciones creíbles y competitivas. En tal sentido, hay que dejar de pensar en el bipartidismo añorado ya que estamos proyectando hacia el pasado.
Hace unos días, escuchaba a un joven ex ministro kirchnerista que ahora participa en una coalición de personalidades y partidos. Hablaba de la honestidad y del coraje, hablaba de la necesidad de volver a un sistema de partidos balanceado (el bipartidismo). Sin embargo, este candidato, cuando fue consultado sobre su posible afiliación a uno de los históricos partidos, negó rotundamente esa posibilidad. El sabe que su imagen vale más que una ficha de afiliación. La política se transformó en una actividad mucho más compleja que una competencia entre partidos, y la ética exigida a los políticos depende casi exclusivamente de la manifestación expresa y constante de una sociedad con los ojos bien abiertos.
*Politólogo. (Twitter: @martinkunik).