Sobre lo que no existe la realidad hace un gesto ampuloso de evasión y de inclusión, un rulo fractaloide siempre resistido pero finalmente abrazado con amor de novedad. Lo cual no necesariamente abre el camino a la existencia, pero sí le da ingreso en el lenguaje.
Existieron siempre las tormentas, los huracanes y el granizo. Pero no totalmente lo que pasó el sábado 28 de abril en Buenos Aires.
Las fotos muestran una bomba atómica invertida, con la cabeza del hongo en tierra y el cumulonimbus haciendo de raíz alto en el cielo, como si una nube reventara y cayera en un instante toda el agua que debería caer en cuatro años. En inglés, lengua de la meteorología y la catastrofología por excelencia, el fenómeno se llama downburst, y es tal su ambigüedad que el castellano no decide si traducirlo por “reventón” o “microrráfaga”, dos términos que evidentemente venden artículos opuestos. En inglés también se explica que un downburst, como el que barrió Alicante y ahora Buenos Aires, dura unos quince minutos. No parece ser el caso. El reventón duró toda una noche, decenas de amigos se inundaron, cientos de techos se cayeron por el peso, árboles y carteles se arremolinaron por el súbito viento, que de microrráfaga tenía poco y nada. Una página de Facebook sirve para declararse vivo ante los amigos del planeta, como si hubiera ocurrido un atentado o un terremoto.
Quizá el reventón existió siempre y les haya pasado también a los griegos clásicos, pero es posible que ellos lo llamaran Zeus o Poseidón. A nosotros, contemporáneos, nos gusta que todo sea nuevo. Como el habla.