COLUMNISTAS
Argentina 2001 / Grecia 2015

¡Socorro! Help! Aiuto!

Las crisis de uno y otro país tienen notables parecidos y una diferencia. La verdadera crisis es del capitalismo planetario.

A la cacerola.
| Dibujo: Pablo Temes

La gran diferencia entre la actual crisis griega y la argentina de 2001 es que aquélla ocurre en el corazón del sistema capitalista, la Unión Europea (UE). En un país teóricamente blindado porque está “protegido” por el Fondo Monetario Internacional (FMI), el Banco Central Europeo (BCE) y la Comisión Europea (CE), triunvirato conocido como “la troika”.
Las similitudes, en cambio, son notables. Una deuda enorme en relación con el PBI (53,7% en Argentina 2001; 177% en Grecia 2014), fuertísima recesión (-28% del PBI argentino entre 1997 y 2001; -25% el de Grecia entre 2008 y 2015) y, en ambos casos, un corset que impide el clásico recurso a la devaluación: el peso atado al dólar en Argentina y la pertenencia al “sistema euro” de Grecia. En las dos situaciones, el recurso previo a los “paquetes de ayuda” del FMI y la troika; en realidad miles de millones de dólares destinados a garantizar el pago de la deuda a los organismos internacionales, la banca privada y los fondos buitre, concedidos a cambio de aplicar las exigencias del Consenso de Washington: disciplina y reformas fiscales, reorientación del gasto público, liberalización de los tipos de interés, tasas de cambio competitivas, liberalización del comercio y la inversión exterior directa, privatización, desregulación y afianzamiento de los derechos de propiedad privada.

En Grecia, esas políticas hicieron que los salarios cayeran 27% entre 2009 y 2014; los impuestos subiesen 337% para los grupos de menor ingreso y menos del 10% para los más elevados, y el 10% de la población más pobre perdiera el 82% de sus ingresos desde 2008.

En 2001, Argentina resolvió su crisis saliendo del “uno a uno”, renegociando firmemente su deuda y aprovechando varios años de altos precios de sus commodities. Ahora, populismo mediante, se encamina a reiterar la situación. Si para hacer lo mismo Grecia acaba abandonando el euro y la UE, es de esperar que emprenda otro camino.

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Nada nuevo bajo el sol. Una historia conocida, desde que a mediados de los 70 del siglo pasado en el mundo capitalista desarrollado concluyeron los “treinta años gloriosos” consecutivos a la Segunda Guerra Mundial y empezaron las crisis en la periferia del sistema. Desde 1978, 71 países fueron incapaces de reembolsar sus deudas. México a principios de los 80; varios países asiáticos, Rusia y Brasil en los 90, entre otros. Luego Argentina, Irlanda y ahora, Grecia. Los próximos, según todos los pronósticos, Italia y España. Ucrania ya está en eso.

Ante estas reiteraciones, casi todos los análisis eluden o bordean el corazón del problema: es el capitalismo, hoy planetario, el que está en crisis. Ya se ha dicho en esta columna: “El desempleo estructural es el dato base de una crisis económica mundial que no habrá de resolverse hasta que, de alguna manera, cambie la lógica de producción, distribución y consumo del sistema capitalista. (…) Los notables progresos en informática, robótica, transportes, etc., hacen que el sistema sea capaz de producir mayor cantidad de bienes a mayor velocidad (aumentos en producción y productividad) con cada vez menos necesidad de trabajo humano. Resultado: una crisis mundial de demanda, o de sobreoferta de bienes, según se mire. Ante el fenómeno y su principal consecuencia, el desenfreno especulativo y la consiguiente crisis financiera, todos los gobiernos practican la fórmula del “ajuste”, desoyendo los consejos de economistas como Paul Krugman y Joseph Stiglitz –dos premios Nobel no precisamente izquierdistas–, quienes recomiendan ignorar los problemas del sector financiero para inyectar dinero en el productivo y los estímulos al consumo. Pero incluso los neokeynesianos pasan por alto la pregunta del millón: ¿por qué razón cualquier inversor capitalista, chico o grande, se resignaría a ser menos competitivo despreciando la tecnología que destruye empleo?” (PERFIL, 28-12-11).

“Según los datos de la Organización Mundial del Trabajo (OIT), hay más de 200 millones de parados en el planeta, de los cuales treinta millones se han generado en los años de la actual crisis económica.” (El País, Madrid, 25-12-11). Hoy, la situación es más grave en todos los países. En España, por ejemplo, el desempleo es del 25%; el 50% entre los jóvenes.
Así, el mundo reproduce la deriva de la crisis de 1929: crecimiento exponencial de los conflictos sociales; auge del nacionalismo, los populismos, la extrema derecha y el fundamentalismo religioso; aumento de las tensiones internacionales y los preparativos militares.

Es de esperar que la “solución” no sea otra vez ese “amplio programa público de empleo, conocido como la Segunda Guerra Mundial, que terminó con la Gran Depresión” (Paul Krugman, International Herald Tribune, 17-02-09), porque ahora entrarían en juego armas atómicas, químicas, bacteriológicas y el terrorismo a escala planetaria.

En este contexto, la solución no pasa por ajustes masivos, ni “créditos al consumo”. Los primeros agravan la recesión; los segundos fomentan la especulación, enmascaran la crisis de demanda y desembocan en caos financieros como el actual. Vivimos un fin de época que exige cambios estructurales antes que viejas fórmulas.

De modo que es inútil desmelenarse ante la crisis griega, porque acabe como acabe luego del referéndum de hoy, habrá otras. Y probablemente peores, definitivas: Estados Unidos, que tembló pasablemente desde 2008, cuando comenzó la crisis en el corazón del sistema, en 2013 tenía ya una deuda pública de casi 15 millones de millones de dólares, el 103% de su PBI. Claro que, como dispone de la moneda de referencia mundial, si se ve obligado o resulta de su interés, podría solucionarlo con una devaluación masiva.

Si eso, o el tradicional recurso a la guerra, llegara a ocurrir, lo único a mano será pedir socorro en todos los idiomas del planeta.

*Periodista y escritor.