COLUMNISTAS
PASADO DE OBAMA

Sombras, nada menos

La sentencia de Hamlet “the time is out of joint” (el tiempo está fuera de quicio) parece aplicarse a nuestros días. Cronos está enloquecido. Son momentos de cambios. Pero no son leves modificaciones. Es posible que vivamos un proceso de mutación cultural. La reunión del frente asiático entre Corea, Japón y China para analizar la crisis financiera mundial reúne a antiguos enemigos históricos en un ensamble racial.

|

La sentencia de Hamlet “the time is out of joint” (el tiempo está fuera de quicio) parece aplicarse a nuestros días. Cronos está enloquecido. Son momentos de cambios. Pero no son leves modificaciones. Es posible que vivamos un proceso de mutación cultural. La reunión del frente asiático entre Corea, Japón y China para analizar la crisis financiera mundial reúne a antiguos enemigos históricos en un ensamble racial.
Hoy el delirante Louis Ferdinand Céline tendría el vasto público que le faltó en su momento y las pruebas históricas a la mano. Amarillos en el poder. Un negro en la presidencia de los EE.UU., un temible eslavo en el Caribe de la mano de un mestizo bolivariano, levantamientos de collas despertando al Altiplano, el mundo musulmán en la caldera del diablo paquistaní y un lobby proisraelí que parece manejar la política exterior norteamericana.
Mientras tanto, los blancos están asustados y se arman.
El gobierno de los EE.UU. aprueba un presupuesto de defensa casi igual a la cifra que destinó al salvataje financiero. ¿En qué lugar probarán sus innovaciones tecnológicas? ¿Habrá que leer o releer el libro de Samuel Huntington El choque de civilizaciones?
Dice el profesor de Ciencias Políticas de Harvard que en el siglo XVIII los conflictos políticos se dirimían entre monarquistas y republicanos; en el siglo siguiente la lucha confrontaba a las naciones por el reparto de colonias y la distribución de su influencia en Europa; en el siglo XX los conflictos de poder se tradujeron en términos ideológicos –fascismo, comunismo, liberalismo–; para Huntington el foco central de las políticas globales de nuestros días y los que vendrán estará centrado en las identidades culturales. Se sabe que la economía mueve las palancas del poder. Dinero y armas están a la base de la dominación. Se lo ve tanto en la macropolítica de las hegemonías planetarias como en el mundo de las mafias. Pero billetes y fierros necesitan de la poesía. No hay poder sin ornamento, no lo hay sin creencias. Iconos y palabras tienen peso. El cinismo no lo ha ocupado todo. Su antípoda es el fundamentalismo. El cínico sabe que cada cosa tiene su precio porque nada tiene valor, el fanático es moralidad pura y entrega gratuita a la muerte. Huntington no ha mencionado el siglo XVII, el de la guerra de las religiones que desangró a Europa. Quizás aquellos tiempos le puedan servir de eco al que vivimos en los comienzos del tercer milenio. El filósofo que hizo el diagnóstico más certero de la época fue Thomas Hobbes. Habló de crueldad y seguridad.
En estas horas habrá elecciones en los EE.UU. Somos muchos los que deseamos que gane Obama. No creemos en la frase de Noam Chomsky que dice que Obama es un blanco que tomó dos horas de sol. Tampoco creemos en lo que le dijo al cronista de este diario cuando sostiene que en los EE.UU. no hay democracia y sí la hay en Bolivia. Este tipo de afirmaciones son propias de un turista benefactor y de un revolucionarismo agotado. Obama no es un señor adinerado que entró a Harvard como a su casa. Su libro escrito a los 33 años, Dreams of my father, no es la autobiografía de un heredero afortunado. Obama es una esperanza que altera el mundo presupuesto por Huntington. En el último ejemplar de The New York Review of Books, se publica un artículo de Colm Tóibin: “James Baldwin & Barack Obama”. Está escrito a partir de la relación de ambos con el padre, mejor dicho con la sombra del padre, para seguir con la tragedia de Hamlet. El de Baldwin muere a sus diecinueve años, el de “Barry” a los veintiuno. El relato de Tóibin a la manera de Plutarco es de unas vidas paralelas. Por un lado el escritor negro norteamericano que dejó, según la apreciación del crítico, una de las prosas más bellas de la literatura en lengua inglesa del siglo XX, por el otro el primer candidato negro a presidente de los EE.UU. En ambos casos, los dos afirman que el padre era más oscuro que ellos. Tanto uno como otro manifiestan que sus padres tenían un pasado que no es el pasado de sus hijos. Baldwin escribió que su progenitor pertenecía “a la primera generación de hombres libres del país”. Contrasta esta aseveración con el texto de John McCain citado por Tóibin, Faith of my fathers, en el que el candidato blanco a la presidencia reafirma la continuidad entre generaciones de su familia: “Mi abuelo amaba a sus hijos. Y mi padre a quien más admiraba era a su abuelo”. El padre de Barack era un miembro de la tribu luo en un lugar de Kenia llamado Alego. Tenía una capacidad que apreciamos en su hijo: se movía bien en cualquier círculo, especialmente en aquellos ambientes frecuentados por gente socialmente poderosa. Su abuelo materno un día le dijo: “Hay algo que puedes aprender de tu padre: la confianza en uno mismo es el secreto del éxito de un hombre”. A todos nos ha sorprendido el modo en que este personaje desconocido, desgarbado, con cara de adolescente, concentra la atención de auditorios multitudinarios y el modo en que los enamora. Toda la cultura de la Iglesia Evangélica está en su andar. Su retórica evoca las metáforas de púlpito. La imaginación religiosa se despliega en su verba. No tiene recuerdos de su padre que vuelve con su doctorado a su país para aplicar los conocimientos que obtuvo como becario en las universidades norteamericanas. Un Barack de dos años queda con su madre y sus abuelos en Hawai. La mitad de su origen queda trunca luego del segundo matrimonio de su madre debido a que se retiran de los estantes las fotos de su padre, también llamado Barack.
En su casa dejan de mencionarlo. No pregunta nada más. Escucha palabras incomprensibles para él como “Phd” y “colonialismo”. Su madre le regala una colección de libros llamada Orígenes, que narra las historias del Génesis y del árbol del paraíso bajo el cual nace el primer hombre, la de Prometeo y el robo del fuego primordial, la tortuga de la mitología hindú que soporta sobre su caparazón el peso del mundo. Recuerda Obama: “Comencé a estar perturbado por preguntas. ¿Y quién sostenía a la tortuga? ¿ Por qué un Dios omnipotente permitió que una serpiente provocara tanto dolor? ¿Por qué no volvía mi padre?”. La Iglesia era el lugar de la libertad en un mundo de esclavos. Un sitio sacro que cumplió la misma función, dice Tóibin, en Polonia e Irlanda. Para Baldwin, por la naturaleza de la opresión a la que eran sometidos él y sus hermanos, conseguían “dentro de esos límites uno con el otro llegar a un sentimiento de libertad que se parecía al amor”.
Pero también en esa religión de esclavos había rabia y desesperación. Dice Obama que no debemos olvidar que “la hora de mayor segregación en la vida de los EE.UU. ocurre los domingos a la mañana. Tener cólera no es siempre productivo; por el contrario, la mayor parte de las veces nos distrae de la verdadera solución de los problemas; evita que nos enfrentemos con nuestra complicidad respecto de las condiciones en las que vivimos, e impide que la comunidad afroamericana forje las alianzas necesarias para producir los cambios reales y efectivos. Pero la rabia es real, es poderosa; y desear eliminarla sin más, condenarla sin comprender sus raíces, sólo sirve para ensanchar aún más el abismo que ya existe entre las razas”.

*Filósofo.