COLUMNISTAS
a un mes de las elecciones

Son todos iguales

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Hay un mundo que la Argentina no ve. Esa es una conclusión de Cristina de Kirchner luego de diez años en el poder. Y ese mundo oculto, según Ella, es culpa de la pertinacia y premeditación de los noticieros locales de radio y TV que, en los últimos tiempos, han eliminado buena parte de la información internacional en sus emisiones. Seguramente con propósitos inconfesables, de acuerdo a su versión. Esta denuncia presidencial, que alude a otras cuestiones de economía y política que ocurren en el universo y no son difundidas en el país, refieren una encomiable vocación periodística de la mandataria, siempre dispuesta a señalar lo que los medios deben decir o no. Pero también implica una colisión asombrosa con lo que representa el modelo kirchnerista del cual la dama es su principal intérprete, al menos hasta ahora, quizás las elecciones modifiquen la amplitud del radar.

Desde que la pareja sureña incurrió en la vena nacional y popular, más popular que nacional hasta las últimas primarias, la feligresía oficial empezó a desempolvar consignas y preservaciones orales que inundaron la fe antiimperialista en las décadas del 60 y 70. Cuando la música, el cine, la moda y otras contingencias diarias, importadas, constituían –según la doctrina– una forma de penetración cultural ansiosa por borrar tradiciones y valores propios de estas tierras, fuese el tango, la zamba, la flor de ceibo o el dulce de leche (por entonces no estaba la moda de mencionar los pueblos originarios). La minifalda, el rock, el Pato Donald, el chicle, el jean y hasta la lengua inglesa en su versión norteamericana, eran transportadores de un virus que iba a someter la inteligencia argentina. Por lo menos, sus cabezas. Había que protegerse de esa invasión –ni siquiera podría ser tildada de intelectual– que inundó hasta la estructura militar, capaz de establecer censuras a los productos foráneos, expertos en asimilar ese mensaje que hoy se identifica con La Cámpora y en ocasiones pone en práctica Guillermo Moreno. Mejor o peor escrito, ciertas plumas progresistas, de izquierda, teorizaron al respecto. Es que todos, entonces, para recurrir a una frase inevitable del General, todos eran peronistas. Aún los que estaban en contra.

De ahí que sorprendiera Cristina con su último manifiesto contra los noticieros que ignoran el mundo, en flagrante oposición a lo que enunciaba el manual oficial, el “relato”: aboga Ella, ahora, por la incorporación informativa de mayor material extranjero en la tele, por el suministro ilustrativo de todos los continentes, que podría oficiar inclusive de docencia y aprendizaje, de actualización. Si fuera cierta esta pretensión, quizás haya que desbloquear esos armazones mediáticos que construyó su administración basados en telenovelas, concursos, entretenimientos y astrosos shows de escarnio y gratuitos prontuarios. Eso ha sido, justamente, la columna vertebral de un vulgar esquema de comunicación, apoyado en noticieros neutros, políticamente superficiales. Tanto que en el sistema abierto y, se supone privado, no aparecía ni un solo programa periodístico para internarse mínimamente en lo social, económico o político. Esta condición fue consentida durante años y hasta caló hondo en las empresas: si ni El Trece, tan afín en la primera etapa con el Gobierno, se animó en la década a burlar ese destino oficial, ni siquiera cuando empezaron a bombardear al grupo en todos los frentes. Apenas el año pasado insinuó una rebeldía y puso en el aire a Lanata. Parafraseando al General, en ciertos niveles, más que peronistas, son todos iguales.

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