Noam Chomsky arremete y dice lo que es obvio: que el presidente de los EE.UU. es el peor criminal de la historia. Admiro la paciencia con la que científicos, intelectuales y –pocas veces– artistas ponen su pasión en explicar lo obvio a una población mixta y dividida que ya lo sabe pero a la que no le importa.
En estas épocas atroces, todo está ya más o menos dicho y comprobado. Aun así, no pasa nada, ya que la agenda de la indignación ocupa todo el ámbito de lo visible y cuando esto ocurre y ya no se recortan figuras sobre fondos, lo visible se torna ininteligible hasta que algún acto enunciativo lo vuelva a visibilizar.
El archivillano Donald no acontece por azar. La política es solo propaganda prepaga y si bien esto siempre fue así, creo que en tiempos pasados, llamémosles fordianos, esa propaganda predicaba sobre un cliente semihonrado que quería una excusa aceptable para comprar un buen producto: todos querían vivir bien, pero en el capitalismo. La novedad devastadora es que hoy la propaganda ofrece a voz en cuello productos de mierda, que no oculta la flaqueza de la mercancía y que –no obstante– encuentra millones de compradores felices.
Tenemos en nuestro país fresquísimos ejemplos. La propaganda logra que el medio pelo laburante se identifique con la tragedia de los dueños de Vicentin y es en vano explicarles la realidad. Ahora la realidad es opinable y se opina; en la realidad, dos más dos no dan cuatro; habría que ver. Se pudo rastrear el origen de la estafa perpetrada por el capital y sus acólitos, pero los discursos mentirosos y conativos usan pancartas y simplificaciones. Comunismo es una palabra genial para asustar consumidores. Por eso es admirable (y también algo desconcertante) que Chomsky manifieste que el Partido Republicano sea peor que el antiguo Partido Comunista: el jefe da una orden y todos se postran de rodillas.
No va a pasar nada, mucho me temo. Lo obvio no es publicitario. Así que nadie lo ve en las góndolas.