Nadie esperaba la renuncia de Jorge Taiana. Tomó de sorpresa a todo el mundo. Pero en lugar de acusar el impacto, sucedió lo que era previsible que pasara en un medio en el que nadie quiere pasar por desprevenido: nos enteramos gracias a un sinfín de declaraciones de que no hay persona del mundo de la política y del periodismo que no supiera que el cambio de canciller era un hecho que se veía venir.
Un número importante de informantes se presentó con el certificado de haber previsto lo que en realidad todos ignoraban. Por lo visto, tenemos un país habitado por videntes. Con dos ojos en la nuca. Por esta particular anatomía abundan los profetas del pasado. Pero como dice el cancionero, la vida nos da sorpresas, a veces agradables, al menos para el ex canciller. De repente, aparecieron nuevos amigos de Taiana que se presentaban como los amigos de siempre. Resaltan su honestidad, su hombría de bien, su integridad. Ha recibido un cúmulo de elogios incomparablemente superior a los dedicados a Martín Redrado. No es la primera vez que esto sucede con determinados personajes de la política. Los hombres desplazados por el Gobierno tienen un destino particular. Hay integrantes del kirchnerismo que se convierten de un día para otro, gracias a vastos sectores de la opinión, en lo que podemos llamar “resistentes” al poder K. No son oficialismo ni oposición, sino “resistencia”, gracias a la avalancha de encomios que los hace pasar de cómplices a víctimas del poder en un par de horas.
Hay explicaciones sobre la renuncia que se pueden encontrar en varias mesas de saldo. Unos dicen que el ex ministro estaba harto de la diplomacia paralela de Guillermo Moreno; es decir, el diablo en persona, que traba importaciones, viola compromisos y perturba nuestras relaciones con dos clientes de la envergadura de Brasil y China. Otros dicen que Taiana era partidario de la presencia de Brasil en el monitoreo del Río Uruguay y que le costó el puesto. No faltan quienes le adjudican haber filtrado a la prensa, mejor dicho al monopolio, esta novedad diplomática, lo que valió la acusación de deslealtad de parte de la Presidenta.
Casi todos están de acuerdo en que Taiana estaba harto de las maniobras de De Vido, que se metía en todo y comandaba otro despacho no oficioso de las relaciones internacionales. Leemos, por lo demás, que se presume que ahora sí Barack Obama y Hillary Clinton van a estar satisfechos con la designación de Timerman porque la comunidad judía norteamericana va estar también satisfecha, aprobación que ha de ser compartida por algunos –no todos– de los representantes de la comunidad judía vernácula. Esta felicidad es la de quienes esperaban que al fin nuestro país se “integrara” al mundo, lo que para muchos se reduce a ser una pieza más de la lucha contra el terrorismo internacional.
Lo del judaísmo de Timerman es una particularidad religiosa que no debería subrayarse tanto en un país en el que la Iglesia está separada del Estado y en el que el laicismo es su declaración de principios. Pero es el mismo reciente canciller quien insiste en recordárnoslo. Se ve que, por lo visto, quiere que nos parezca un dato importante. Más aun, insiste en decirnos que no sólo es judío, sino religioso.
El nuevo funcionario puede creer en quien quiera y tener la religión que desee. Aunque podemos imaginar que en el mundo de hoy, quien quiera ocupar lugares de poder en el mundo de los prestigios norteamericanos, con el cual parece tener afinidades, sabe que junto a una tarjeta de crédito gold debe haber un carnet de pertenencia a una feligresía, cualquiera que ésta sea. Es la moda de los últimos tiempos.
Si tomamos en cuenta que, además, dice ser peronista, tenemos todos los elementos para comprobar que en el tablero de las creencias y de las afinidades ideológicas los vientos soplan y las fichas se mueven con soltura.
Pero para sorpresa de varios, nos llega la noticia, por medio de la sagacidad de algún columnista, de que el nombramiento de Timerman le viene bien a Hugo Chávez, ya que esta vez se le exigirá al ex embajador en Venezuela Eduardo Sadous no decir nada sobre su misión diplomática, obligado que estará de comparecer ante la interpelación del Congreso por el caso de las coimas denunciadas. Claro que para otros, la designación del nuevo canciller, un judío liberal progresista, amigo de los EE.UU., no es una buena noticia para el líder bolivariano.
Nos recuerdan, por otra parte, que Timerman es quien tejió con esmero y eficiencia los lazos para que Argentina tuviera buenas relaciones con los EE.UU. estos últimos años. El apoyo político a la extradición de los acusados iraníes de crímenes en la embajada de Israel y en la AMIA coloca a nuestro país en la vereda principal de la estrategia política del gobierno norteamericano, tanto el de ayer como el de hoy.
Sin embargo, hay otros, quien lo diría, que sostienen que de acuerdo a fuentes reservadas de quienes tienen vínculos con el gabinete de Obama, se han recogido versiones de peso por las cuales se asegura que el embajador Timerman no era para nada querido en el país del norte.
Lo que acabo de enumerar me vino a la mente con el ánimo algo ausente de la actualidad política nacional a la que atiendo con desgano hace un tiempo. Inmerso en el ambiente que depara el Mundial, y con mi atención puesta sin resquicios hacia lo que suceda con la Selección argentina, lo que digan Duhalde, De Narváez, Randazzo y Solanas no me hace más ruido que un zumbido de mosquito a la hora de la siesta. Creo que este sentimiento personal es del mismo tenor del de mis connacionales. Lo saben los protagonistas de nuestra política que se ven en la orfandad mediática, a pesar de sus esfuerzos por no evaporarse. De ahí que la renuncia de Taiana y su reemplazo por Timerman hayan despertado de su letargo a la monotonía local.
¿Qué decir de esta renuncia y de este nombramiento una vez que se ha confesado la sorpresa y el desconcierto del inesperado suceso? Por un lado, la incógnita por la rapidez del desenlace que se suma al misterio del desplazamiento. De un momento a otro ya tuvimos un nuevo canciller. Ni siquiera hubo un momento de consulta antes del llenado del vacío dejado por Taiana.
Timerman nos asegura que nada cambiará, salvo el ocupante del ministerio. Para probarlo, dice que la política exterior la dicta la Presidenta. Igual que en las monarquías absolutas. Nadie se atrevería a sostener que la política exterior de los EE.UU. depende de lo que se le ocurra a Obama, la de Brasil a Lula o la de Francia a Sarkozy. En principio, las relaciones internacionales son asunto de Estado y el Estado no soy “yo” como declaraba Luis XIV, ni “ella” como asegura el nuevo ministro. Pero al menos, desliza que hará lo que le digan que haga.
*Filósofo. www.tomasabraham.com.ar