Un fantasma se cierne sobre Europa, aunque no es por cierto el del comunismo. No por ahora, al menos, con el progresismo mundial tratando de digerir el fracaso de la experiencia soviética y la socialdemocracia devenida patética gestora del caos y la rapiña liberal. La sombra que hoy obsesiona a los demócratas europeos es la de las derechas nacionalistas. La nube planea cada vez más bajo, como aterrizando, hacia las elecciones europeas de mayo de 2014, que tal como se presentan las cosas, podrían ser el principio del fin del euro y de la Unión.
La crisis económica, con las décadas devenida crisis política, va acabando en distintos grados de ingobernabilidad, según los países. Evidente en Italia, España y Grecia, se acentúa en los demás miembros de la Unión. Que los problemas económicos y sociales de algunos, como Alemania, sean infinitamente menores, no significa que no los tengan, que no se verifique que van en crecimiento y, sobre todo, que no se agudizarán en cuanto los países más débiles acaben por desbarrancarse. El 60% de las exportaciones alemanas va hacia la Unión Europea. En Francia, el segundo país en importancia, 900 mil adolescentes “resignados, aplastados por la certeza del fracaso, no estudian ni buscan trabajo”, según una cobertura de primera página de Le Monde de junio. Un botón de muestra.
El problema es el desempleo, que está en la base de la crisis de demanda y la caída de la producción, a pesar de algunos chispazos de mejora. Impotente y desconcertada, la clase política europea va dejando atrás la fase de la alternancia caballerosa, del “tú fracasas, déjame a mí”, con la sociedad oscilando, pero fiel al sistema. Aquí y allá estallan escándalos de corrupción. Algunos gravísimos y que abarcan a toda la dirigencia política, como en España. En semejante clima, las sociedades europeas se suman en la indiferencia política –el abstencionismo o los movimientos “antipolítica”, como en Italia– o se inclinan hacia los populismos de cariz progresista o de extrema derecha, como los de Jean-Luc Mélenchon y Jean Marie Le Pen en Francia. El fenómeno se repite en todos los países, aunque de manera distinta y orientándose a favor de las derechas nacionalistas. La crisis capitalista mundial aparece ante la sociedad europea bajo la máscara de la crisis del euro y de la Unión, ya que quienes la han llevado a cabo, liberales, socialcristianos y socialdemócratas esencialmente, llevan décadas sin poder hacer nada, y las cosas van cada vez peor.
Sin embargo, las propuestas alternativas siguen sin aparecer. En un reciente artículo (El País, 24-5), el economista socialista y ex presidente de la Comisión Europea Jacques Delors y el ex primer ministro socialdemócrata alemán Gerhard Schröder sostienen con razón que la economía europea debe crecer, porque “no se puede repartir lo que no existe”. Por lo tanto, para crear empleo proponen, contra el proteccionismo de la derecha nacionalista, “solucionar el problema de la competitividad europea”. Ocurre que el aumento de la competitividad pasa hoy por la alta tecnología, que destruye empleo, y/o por los bajísimos salarios, como en China, esto último inconcebible en Europa, al menos por ahora.
El artículo de Delors y Schröder apunta a advertir sobre el peligro del abstencionismo en las elecciones europeas de 2014, ya que “por primera vez desde la fundación de la Unión los partidos más fuertes del nuevo Parlamento tendrán la potestad de elegir al máximo responsable del Ejecutivo europeo; al presidente de la Comisión”.
Ocurre que es muy posible que “los partidos más fuertes”, al menos lo bastante fuertes como para acabar de desestabilizar la Unión, resulten los “antieuropeos”, o sea la aggiornada vieja extrema derecha nacionalista, que a la fecha alcanzaría el 20% de los votos, según las encuestas.
Y todavía falta un año para las elecciones…
*Periodista y escritor.