Hoy, en materia económica, se yuxtaponen dos dimensiones concitantes. Una es la vinculada con lo que cabe llamar el statu quo presente; la otra se refiere al horizonte o perspectiva proyectable hacia adelante.
Con respecto al statu quo, y tal cual ya lo dijéramos, el mismo se asocia con el hecho de que la desaceleración económica halló un suelo. En ciertos sectores se atenúa la caída; en otros, se atisba una mejora. En una esfera más cambiaria y financiera, los mercados han tendido a la calma. El dólar se muestra más apaciguado, la salida de capitales mermó, las tasas de riesgo país y de algunos títulos tendieron a bajar, se pagaron vencimientos de deuda (y, quizá, con el dinero involucrado, se recompraron títulos del país y se ampliaron los depósitos en dólares). Aparecen los swaps cambiarios y llegan los recursos ligados a la extensión del capital del FMI. Se trata de un statu quo de bajo nivel, pero que, a la par, exuda un alivio frente a pasadas instancias más tórridas. ¡Algo es algo!
Luego, surge la pregunta clave: de cara al futuro –la dimensión del horizonte–, y visto el statu quo, ¿el país necesita un serio trato energizante o basta una impronta más bien minimalista? A nivel oficial, parecería que prima la segunda visión. Recuérdese, de paso, que los vencimientos de deuda residuales de este año y aquellos que atañen al inicio del próximo pintan asegurados. En este contexto, suenan los corrillos respecto del intento de “regreso” a los mercados financieros mundiales y de un inminente canje de deuda. Sin obviar el “embellecimiento” del INDEC para ver si se cautiva hasta cierto punto, evitando condicionalidades, al FMI. Por otra parte, los salarios, en general, han sido discutidos. Y la inflación, aun en la telaraña de los números controvertidos, es esencialmente dejada en suerte a los límites que fija la desaceleración económica de arrastre.
Se insinúa, entonces, un esquema minimalista. Busca aprovechar el freno de la desaceleración interna, con esperanzas puestas en algún rebote “natural”, al que podría ayudar la mejora mundial que despunta. Esto empalmaría con la continuidad de la paz cambiaria –sumando los mecanismos de eventual defensa como los swaps– y financiera, reafirmable en su caso con el canje de deuda y con futuros escarceos en los circuitos financieros externos, incluyendo el tanteo para encauzar asignaturas pendientes (Club de París, holdouts).
En el sensible contexto político en curso, manejar la hipótesis minimalista dista de ser insignificante. Por lo menos, es un experimento a testear en los próximos meses. En verdad, el experimento se apoya en una premisa básica: el eje estratégico, aun apelando a malabares argumentales varios, se traslada al plano de la “salida” concebida desde la visual del carril financiero internacional, en la convicción de que ello pondría dique a la fuga de capitales. En paralelo, el desdibujamiento en que fue cayendo el enfoque del tipo de cambio competitivo, clave del gran éxito de 2003(2002)-2007, luce en vías de ratificación. A lo más, si el esquema se mantiene bajo control, habrá algún deslizamiento cambiario “homeopático”.
Naturalmente, el experimento debe superar sus inherentes precondiciones. Pero, a la vez, debe pulsear con duras “pruebas ácidas” en frentes expuestos. Debe definirse, por ejemplo, el tratamiento de la apremiada dimensión fiscal –con señales aún difusas en la faz nacional–, en la que se anota una severa instancia provincial. Aquí habrá que sincerar el menú aplicable: ajuste, reparto de recursos, nueva deuda, cuasi monedas.
Adicionalmente, el sesgo financista asumido, con el criterio cambiario de limitado realismo que se le asocia, ceñirá las posibilidades competitivas (habrá que enfrentar, asimismo, presiones en ascenso para ir desmontando recientes medidas protectoras) y dificultará (hay aspectos fiscales implicados) avanzar más decididamente en la cuestión rural. El temor es que, con un marco de este tipo, el mercado laboral se vea más tensionado, con perjuicios a nivel de la pobreza. En fin: asoma un esquema a testear en estos meses.
*Economista.