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Su turno para no morir

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Alberto Laiseca | Cedoc Perfil
Leo que los sindicatos se oponen a la llegada de nuevas líneas aéreas y me acuerdo de una novela visionaria que los trata como la peor mafia que conoció la humanidad. Alberto Laiseca la publicó en 1976 bajo el título Su turno para morir. Cuarenta años más tarde murió Laiseca, no sin antes lograr que el libro se reeditara con el título original, Su turno. En su momento, la editorial Corregidor lo alteró para sugerir que se trataba de una novela negra, cuando era la primera novela del género Laiseca. La torpeza se extendió a la contratapa, que hablaba del general “Phaton”, en lugar de Patton.

En la contratapa de la segunda edición (Mansalva, 2010) no hay esa clase de erratas, pero allí se lee que Su turno “anticipa los mecanismos de aniquilación de la dictadura argentina”, un disparate tan grande como el de los sindicatos con el que engañé al lector en el párrafo anterior. Laiseca no fue un visionario: todo lo que escribía venía de atrás: del antiguo Egipto, de la China imperial, de los historiadores griegos y romanos, de las guerras mundiales, del tiempo de la Ley Seca. Y menos le interesaba ser un visionario del futuro argentino: instalado en los libros, era más cosmopolita que Borges y acaso haya sido nuestro único escritor cosmopolita.

A pesar de la adulteración y los descuidos, parece mentira que un libro como Su turno, tan original, tan inclasificable y de un autor desconocido de treinta y cinco años, se haya editado entonces. Paradójicamente, ahora sería aun más difícil. El libro contiene frases como “Si es sólo de vez en cuando y de una manera fina que no deje marcas, una mujer sería una egoísta si privase a su hombre del placer de pegarle”, que no superarían las barreras de la corrección política. Tampoco creo que un desconocido pudiera publicar la última novela de Laiseca, La puerta del viento, que homenajea a los soldados americanos que fueron a Vietnam en lugar de a los veteranos de Malvinas. Ninguna editorial extranjera publicó a Laiseca, salvo Tusquets, antes de ser parte de un gran grupo multinacional. Las otras –Simurg, Interzona, Gárgola, Beatriz Viterbo, Altamira, Corregidor, Mansalva– son parte del mundo pyme, porque Laiseca fue un escritor minoritario y poco exportable.

Sin embargo, se las arregló para que el mundo literario local lo adoptara como una mascota inofensiva. Nadie quería creer, porque era encantador, que Laiseca no fuera de izquierda de algún modo. No era un provocador politizado, sino un cruzado de una batalla secreta contra un enemigo que en Su turno llama “los anti Mozart”, los enemigos de la belleza, de la libertad, del genio. Laiseca, ya desde Su turno, se deleitaba describiendo guerras, torturas, asesinatos, abusos de poder de todo tipo en un tono hiperbólico. Pero no los justificaba sino que los conjuraba: su obra es una apuesta a que la literatura puede contener el mal sin contaminarse, como un luchador oriental amable y jocoso que usa la fuerza del adversario. Su libertad infinita lo hizo escribir Los Sorias, la novela infinita de la literatura argentina, cuyo estilo se parece al de ese músico que acumula frases hasta encontrar la nota que busca y, a veces, se pierde en el camino para después volver con un destello de genialidad. Es una lástima que un escritor tan grande haya muerto.