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Sueños compartidos

Una vez, en una de mis encarnaciones, visité a un productor de televisión para proponerle un proyecto televisivo.

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Una vez, en una de mis encarnaciones, visité a un productor de televisión para proponerle un proyecto televisivo. Se lo llevaba impreso, con todas las descripciones, desarrollos y aclaraciones necesarias. El productor me lo recibió, y a cuenta de buen jugador me dijo que “estadísticamente” estaba comprobado que cuando alguien creía tener una idea original, en esos mismos momentos había cinco mil personas que estaban concibiéndola a lo largo y a lo ancho del resto del mundo. Por un momento tuve una pequeña confusión o mareo, me sentí parte de una confabulación armada con un propósito indefinido. Luego, me repuse. Le dije que esa coincidencia me parecía imposible y afirmé la absoluta originalidad de mi idea. El sonrió, me ofreció otro café. Mientras repasábamos mi proyecto, por su fax iban entrando otros proyectos que le proponían otros candidatos a ganar un poco de dinero. Entre ellos, apareció, entero, y en castellano, uno idéntico al mío, si no en los detalles, sí en el concepto de programa y en sus características principales.

Altas y nobles y desoladoras son las mareas del sueño, que uno cree personales.

La misma confusión sentí hoy, miércoles 13 de septiembre, en la madrugada, cuando el desvelo pudo sobre el soñar y abrí mi correo y leí una nota publicada en la revista Quimera y escrita por el traductor Mikaël Gómez Guthart, que el propio autor tuvo la gentileza de enviarme (junto, tal vez, a miles de otros destinatarios en copia oculta). Su título es una cita borgeana: “Lin Shu, autor del Quijote”. Lin Shu fue un polígrafo chino que, auxiliado fabrilmente por diecinueve asistentes, tradujo y reescribió cerca de doscientos clásicos de la literatura occidental (Balzac, Shakespeare, Dumas padre e hijo, Tolstoi, Dickens, Goethe,Stevenson, Ibsen, Montesquieu, Victor Hugo, Chéjov, Pierre Loti…). Según cuenta Gómez Guthart, aún permanecen inéditas (supongo que en lengua mandarina) unas cincuenta obras cuya referencia originaria es imprecisa. ¿Cómo no imaginarse que en esos libros libremente traducidos y reescritos se encuentran obras cuya factura compite gallardamente con la calidad de los originales cuyo autor desconocemos? ¿Cómo no imaginar que al menos diez los superan?

Soñé toda mi vida con escribir todas las literaturas, y hoy de madrugada me entero de que un chino cumplió mi propósito antes de que yo naciera. Una parte de mí se llama Lin Shu, una parte de él me vuelve forma redundante de su sueño.