Hace unos meses leí un artículo que decía que el principal pico de uso de Internet es en los ratos libres del trabajo. En los tiempos muertos, los empleados se lanzan a navegar por la Web, a chatear, a bajarse discos (la banda ancha causa estragos en el disciplinamiento laboral). Debe ser cierto: paso por un período en el que tengo mucho tiempo libre en el trabajo, así que ahí voy saltando de sitio en sitio, en especial de diarios y revistas extranjeros. En ABCD (suplemento cultural del diario ABC, de España) encontré una reseña de Rodrigo Fresán sobre Equivocado sobre Japón, de Peter Carey, publicado por Mondadori hace un par de meses. No conocía la existencia de esa novela, pero sí había leído la anterior, Theft: a Love Store (traducido también por Mondadori como Robo. Una historia de amor). Carey es un excelente escritor, es una pena que Mondadori no distribuya sus libros en Argentina, aunque uno puede imaginar las razones: importar el libro haría que valga alrededor de 100 pesos (a un libro que cuesta 100 pesos yo le exijo que cada párrafo sea inolvidable) pero a la vez Carey no es un escritor tan conocido como para imprimir una edición local (como sí ocurre con libros de celebridades como Cormac McCarthy o Philip Roth). Sin embargo, correr un poco de riesgo y editarlo aquí sería una excelente decisión, al fin y al cabo la buena literatura hace del riesgo su pasatiempo favorito. Carey nació en Australia en 1943, y ganó dos veces el Brooker Prize, el premio más importante de Inglaterra (en caso de que ganar un premio sea algo importante) doblete que, como bien recuerda Fresán, sólo logró J. M. Coetzee (miren si Carey termina ganando el Nobel). Parte de su prontuario también incluye encendidos elogios de Paul Auster (de quien parece que es amigo, aunque yo no me meto en la vida privada de la gente) lo cual no significa demasiado: Auster también elogia sin cesar a Don DeLillo, y sin embargo es un buen escritor (Libra, su novela sobre Lee Oswald es decididamente un buen libro). En fin, de Robo... puedo decir que es una más que divertida e inteligente sátira sobre el mundo del arte, un poco como The Rock Pool o incluso Ampara esos laureles, ambas del gran Cyril Connolly, es decir, bien en la tradición anglosajona de ironizar sobre las imposturas intelectuales y la pretensión de sabiduría del mundo letrado.
Siempre en Internet, leí también una impecable columna en la Revista de Libros de El Mercurio de Chile, donde casi siempre se encuentran cosas interesantes (El Mercurio es el típico diario de derecha que tiene un suplemento cultural progre). El joven escritor y periodista Alvaro Bisama escribe sobre Batman, la primera novela de Enrique Lihn, de 1973, que según informa acaba de ser reeditada en el país vecino. Aunque la vengo buscando hace años, nunca la encontré, aunque sí leí la mayor parte de la obra de Lihn (conozco una pequeña editorial independiente porteña que quiso reeditar La orquesta de cristal –probablemente su mejor novela– pero, según me contó su editor, le pidieron una fortuna por los derechos). De hecho, hace poco leí El circo en llamas, un pavé de 694 páginas que compila sus artículos, ensayos, prólogos y crónicas. Es un libro desparejo (como no podía ser de otra forma en un volumen que recoge textos que van de 1951 a 1987) y yo diría que hasta por momentos exasperante (como algunos ensayos extremadamente datados, de influencia estructuralista) pero en el que sin embargo se encuentran grandes momentos de belleza y agudeza. En un artículo llamado Braulio Arenas, el escritor que debiera sobrevivir escribe a modo de elogio: “Para él, la relación de la literatura con la literatura era lo esencial en ella”. Es una frase rara en Lihn (que siempre estuvo comprometido con un afuera de la literatura, como la política y la izquierda) pero de una radicalidad cuyos efectos, por supuesto, van mucho más allá del propio Arenas (el gran escritor surrealista gótico chileno) y hasta del propio Lihn.