“Discúlpeme que no lo haya reconocido: he cambiado mucho”
Oscar Wilde (1854-1900)
Sucede, a veces. Un buen día los sueños imposibles parece que sí pueden cumplirse y de la nada explota un Mayo Francés, la Primavera de Praga, otro Di Tella, Woodstock o cualquier grupo de líricos insensatos, lo mismo da. Esos vientos de cambio soplaron brutalmente en la Argentina de los 70 y nos dejaron confusión, una tragedia para los tiempos y el recuerdo de un insólito equipo de fútbol que hacía de la estética su dogma y respondía –oh paradoja– al curioso nombre de Huracán.
Aquellos partisanos del 73 fueron el espejo de su tiempo y en eso andan estos chicos de Cappa, protagonistas de una pequeña revolución que ha tomado por sorpresa al ambiente futbolero argentino, tan proclive a consagrar tácticas indescifrables y chantas con diploma. Sería más inútil que injusto compararlos con aquel equipo de la delantera de próceres: Houseman, Brindisi, Avallay, Babington y Larrosa. Mejor no. Pero la idea es casi la misma aunque –aclaro– a mí no me resulte tan fácil asociar la sinuosa personalidad de Menotti con el bueno de don Angel, sonrisa melancólica y bigotes años 50.
Huracán juega lindo, eso no está en discusión. Lo que sí lo está es la efectividad de ese estilo. Es una cuestión de fríos números, que por cierto no siempre fueron generosos en la carrera de Angelito: todavía recuerdo el botellazo que le tiraron en 2003 cuando dirigía a Racing. Cierto desdén por lo sistémico obliga a sus planteos a depender del talento individual y eso no se consigue tan fácil. Por suerte, su equipo lo tiene en los pies del finísimo Pastore, y en Bolatti, Defederico, González y Toranzo. Los demás, acompañan.
A fines de 2008 casi que ni cancha tenían, el equipo se caía a pedazos y el gran objetivo era mantener la categoría. Por eso, el hoy presidente Babington pensó que Cappa le hacía una broma cuando, al firmar su contrato, le pidió un plus por salir campeón. “Me estás cargando, ¿no?”, le preguntó, más divertido que ofendido. Ahora muere por pagar ese premio.
Magia. De la noche a la mañana y sin un centavo, el hombre del look retro se convirtió en la sensación del super profesionalizado torneo con sus chicos inexpertos, relleno de segunda mano, un arquero novato, un 9 ropero de noble madera, corazón y pases cortos. Insólito. Only in Argentina.
A Vélez lo impulsa su espíritu de pequeño burgués emprendedor, Lanús funciona como una cooperativa y Colón tiene detrás a una provincia próspera. ¿Huracán? Es puro instinto. La cosa salió bien porque sí, y durará lo que deba durar: a ninguno de sus hinchas lo desvela el rigor del mañana. Prefieren ser. Así nomás, a lo Heidegger, aquel alemán admirador de Beckenbauer y otros compatriotas suyos no tan buenos.
Huracán es Susan Boyle, la desocupada fea, gorda y virgen, que asombró a millones de personas con su fantástica voz en el Britain’s got talent. Un patito feo al que, finalmente, no le permitieron volverse cisne. No al menos en ese concurso televisivo que, oh sorpresa, prefirió consagrar a un previsible grupo de bailarines universitarios. Mejor así. ¿Por qué arruinar una historia tan interesante con un final tan obvio? Ojalá Susan siga cantando, frente a Obama o en la ducha. Ojalá Huracán sea campeón, aunque mi candidato sea Lanús. No importa. Si en el futuro alguien recuerda a este extraño Clausura 2009, citará la gesta de esta banda de estetas, terminen como terminen. Brindo por ellos.
Hoy a la mañana jugarán su clásico, contra San Lorenzo. Un choque histórico, entrañable, super tanguero. Los unen el amor, el espanto... y muchos íconos del barrio que se ganaron el cielo vistiendo ambas camisetas: Coco Rossi, Rendo, Doval o el Bambino Veira, hincha de uno y gloria del otro. Homero Manzi y Ringo Bonavena, nada menos, eran fanáticos de Huracán. De San Lorenzo son Viggo Mortensen, Pappo, James Cheek –aquel embajador yanqui que de verdad perdió la tortuga de su hijo y le dejó servida a Maradona su más desopilante máxima– y también... ¡Jorge Luis Borges!
Sí muchachos; fue en los años 20 y así lo contó el maestro: “Cierta vez mis compañeros me preguntaron qué cuadro me gustaba más y yo pensé que se referían a telas, o a óleos. Pero no: se referían a un cuadro de fútbol. Les recordé que yo no sabía nada de eso y ellos me dijeron que, ya que estábamos en el barrio de Boedo, debía hacerme de San Lorenzo de Almagro. Eso hice, claro. No quería ofenderlos”.
Marcelo Tinelli, más que de hincha, trabaja de dueño y todos en el club esperan que la tele no le quite energía, ganas ni rupias para rescatar a un barco que hace rato perdió el rumbo. El pobre Simeone deberá transpirar mucho sus Armani para llevarlo a buen puerto con tripulación nueva. Fue un semestre espantoso: invirtieron mucho y no consiguieron nada. Nada. Justo el lugar desde donde resurgió el despreciado rival que hoy amenaza con quedarse con todo. Horror.
Esta vez el favorito es el más débil. Pero en este tipo de partidos, se sabe, todo puede pasar. Como en Boca-Racing, el otro clásico, donde hoy el hegemónico club ideado por Macri resignará su protagonismo frente al agridulce encanto del que pelea por salvarse.
Es así, compatriotas. En este exótico y amado país, al final, puede ganar cualquiera. ¡Hasta los simpáticos e inimputables imitadores de “Gran Cuñado”!
O especialmente ellos.