Se ha discutido, y se seguirá discutiendo, acerca de la mejor manera de enfrentar al coronavirus. Si cuarentena más rígida, si mayor libertad de movimiento para los ciudadanos y las ciudadanas, especialmente los niños. Cuestiones sintetizadas en otra disyuntiva: salud o economía, o más brutamente para algunos desaforados, dictadura o democracia.
Sabemos que fueron diferentes las respuestas en países diversos. Ya elogié el sistema adoptado por la Argentina, al calificarlo en una nota anterior como medidas de alta política y dignificantes al defender la vida de la población.
López Obrador, el presidente de México, comenzó con una actitud tolerante, derivada, según los conocedores, de una medicina deficiente, y con gran parte de su población exigida a salir a buscar changas diarias en la calle para poder comer. Con ese cuadro, López Obrador llamó a usar una señal que le indica al otro que se detenga (“detente”), que no se acerque demasiado, que no nos hablemos mirándonos a la cara. Para el presidente el gesto bastaba, no hacían falta medidas coercitivas. Esto fue llamado “conducta esotérica”, pues cómo iba a ser suficiente una simple recomendación para detener el virus.
Y el médico encargado de organizar las medidas manifestó que la palabra del presidente bastaba porque él era una fuerza moral. No puedo referirme a los mexicanos, pero sí pienso que una fuerza moral de este tipo es la que puede imponer conductas que todos acaten, y que de no existir ocurrirán desbordes no meramente casuales o limitados, sino masivos. Esto pasó por ejemplo en Italia.
Los argentinos, al acatar la cuarentena que se nos impuso en el Área Metropolitana de Buenos Aires, la célebre AMBA, reconocimos una exhortación moral del presidente Alberto Fernández que elegía salvar vidas antes que salvar negocios que podían perjudicarse. No sabemos cuánto durará esa jefatura moral del presidente, pero sí sé que deberá tenerla para sacar al país, ahora de la pandemia, y después de la debacle económica que se vendrá en todo el mundo, y también y muy preocupante en la Argentina.
En situaciones de crisis no es suficiente dictar decretos o leyes para lograr un verdadero reencaminamiento del país, esa verdadera resurrección que necesitamos producir. Es necesario formular una exhortación desde una fuerza moral que impulse la reconstrucción del país. ¿Y qué es esto de una fuerza moral?
El general Perón escribe en Modelo argentino para el proyecto nacional: “El grado ético alcanzado en la sociedad imprime el rumbo al progreso del pueblo, crea el orden y asegura el uso feliz de la libertad. La diferencia que media entre extraer provechosos resultados de una victoria social o anularla en el desorden depende de la profundidad del fundamento moral” (parágrafo 93).
A la victoria sobre el virus deberá seguir una afirmación moral basada en el grado ético alcanzado por la cultura nacional, en la fraternidad que supera al virus al permitirnos actuar en común, al amor que reine en el pueblo para superar la miseria y el dolor.
No es una fuerza física sino espiritual, propia de la interioridad humana. Es una fuerza que deriva de los valores que la sociedad aprecia y defiende a ultranza. Desde esa fórmula la exhortación podrá tener vigencia.
Y esos valores que la sostienen son los sustentados por la cultura de la sociedad, por lo que es su estilo de vida, producto de su historia. Como pretenden ser abarcadores y comprender a todos sus hombres y mujeres, o al menos a una inmensa mayoría, tienen que constituirse en un código compartido. Nada menos que eso.
El proyecto de derrotar a la pandemia primero y de reestructurar el país es un imperativo social que debe fundarse en los principios de lograr la felicidad del pueblo y la grandeza de la nación.
*Poeta y crítico literario.