La Copa Libertadores despidió tristemente a River, una vez más. Los periodistas explicamos con la palabra “mística” muchas de las cosas que pasan en el fútbol. “Mística” ya se usaba en los 70 para explicar por qué Independiente ganaba una Copa tras otra, aun en situaciones altamente desfavorables, como en 1975, cuando tenía que ganarle al Cruzeiro por tres goles de diferencia para no quedar eliminado. Y lo logró: venció 3-0, con un gol olímpico de Daniel Bertoni.
Y después la usamos nosotros, para entender estos diez últimos años de Boca. Por qué Boca ganaba –por ejemplo– la revancha con Paysandú, tras perder en la Bombonera 0-1. O por qué llegó a la final de la Copa 2000 con aquel agónico gol de Samuel en el Azteca ante el América, aunque perdiera el partido (pasó por diferencia de gol).
Las caras opuestas son San Lorenzo y River. La Copa los vence muy seguido en estos tiempos. Lo de San Lorenzo ya es historia antigua, la derrota increíble de River está en carne viva. Perdió 2-4 con un equipo que ya estaba eliminado y al que debió ganarle fácilmente. ¿O será que, como sostuvimos hace un tiempo, River ya no puede ganarle fácilmente a nadie?
El 8 de mayo del año pasado, River empataba con un San Lorenzo diezmado por dos expulsiones y era eliminado de la Copa. En vez de renunciar, el DT Diego Simeone se quedó y al poco tiempo logró la alegría efímera de un título chiquito. Fue tan efímero, que en el torneo siguiente terminó último. Lo que no es pasajero, parece, es el bajo nivel de sus futbolistas.
En la misma nota en la que opinábamos que Simeone se tenía que ir –repito, hace casi un año– se sugería un recambio de jugadores. El único que se fue después del último puesto en el Apertura ’08 fue Tuzzio. El resto se quedó. Y el grupo no levanta cabeza. La degradación futbolística que River sufrió entre 2002 y hoy es abrumadora, impresionante. Queda corroborado con sólo ver cómo formaba el equipo en 2003 y qué jugadores lo integran ahora. La época de las estrellas que River contrataba se terminó. Ahora se presenta como figura a Cristian Fabbiani, a quien hubo que mandar a Tandil para que adelgazara y evitara las salidas nocturnas.
Soy de la época en la que River compraba estrellas y sacaba de sus inferiores grandes cracks que se identificaban con la camiseta y le dieron al club títulos y un estilo de juego vistoso. Basta con recordar, en los años 30, el trabajo del húngaro Emérico Hirschl en la Cuarta Especial, con un ala izquierda integrada por Moreno y Pedernera. Y Amadeo. Y Sívori. Y cuando fueron a comprar al Uruguay, trajeron a Walter Gómez, una estrella. Estuvo suspendido por involucrarse en una gresca, por eso no jugó el Mundial del ’50. Se juntaron miles de firmas para que el Botija pudiera acompañar a los muchachos de Obdulio Varela. Y, además de Sívori, el Beto Menéndez, que debutó con 17 años en la Bombonera. Después, Ermindo Onega, el Mono Más, el Beto Alonso. ¿Compras? Sí, el Pato Fillol, Luis Artime, Perfumo, el Tolo Gallego, Ruggeri, Pumpido, Francescoli. Siempre se compraban estrellas. ¿Inferiores? Gorosito, Ortega, Gallardo, Crespo, Juan Pablo Carrizo. No era suficiente decir “soy de River de toda la vida”. Había que jugar muy bien para ponerse esa camiseta. Ahora, parece que no.
El problema es que River tiene que hacer el recambio y apenas tiene dinero para pagar los operativos policiales de los fines de semana. Por supuesto, no estamos contando los micros que viajaron a Paraguay a llevar a la barra brava a ver el partido y que salieron desde el club. Para eso siempre hay plata, pero para comprar jugadores seguro que no. Las finanzas de River están en estado terminal. La conducción, también. Y la situación de Pipo Gorosito es rara. Porque, por un lado, los jugadores volvieron a fallar. Por el otro, le queda este campeonato. Pero no es el problema. A este plantel le fue mal con Passarella y con Simeone, y le va mal con Gorosito. Las depuraciones del plantel lo dejaron sin referentes ni jugadores desequilibrantes. Y esto no se arregla con la vuelta de Ortega. Este Ortega de hoy, suplente en Independiente Rivadavia de Mendoza, no puede levantar a un equipo sin alma como éste. Que Fabbiani –un maestro en el arte de la demagogia– se eche la culpa por haber errado goles tampoco alcanza. El plantel de River tiene jugadores que pertenecen a particulares, “grupos empresarios”, Locarno de Suiza y, así y todo, los jugadores que lo integran –tanto los del club como los adquiridos– no tienen jerarquía.
Es cierto que algo pasa en el fútbol argentino. Es real que llegó el momento de bajar a la tierra. Tal vez no seamos tan buenos como creemos. Lanús, San Lorenzo y River se quedaron afuera en la ronda clasificatoria. La Selección argentina perdió feo con Bolivia. Será tiempo, entonces, de mirar para adentro y admitir que estamos mal.
Podríamos decir acá que River no tiene “mística”. Sería hablar para la gilada, tapar los problemas estructurales que el tiene el club, no recordar que esta CD ganó las últimas elecciones con la barra dentro del acto eleccionario apretando a opositores (entre los agredidos por la barra –apoyando a José María Aguilar– estuvo Ramón Díaz).
Por eso, a la palabra “mística” dejémosla para la literatura. River no perdió por falta de mística. River perdió porque su equipo de fútbol profesional no está a la altura de las exigencias de un club con su historia. Y porque realizan su trabajo gobernados por dirigentes que parecen enemigos.
Así es difícil que les vaya bien.