Como en el sexo, lo que importa no es el tamaño de la devaluación que trae ganancia de competitividad, sino en definitiva cuánto dura todo. Hace una vida que la Argentina no logra sentirse plena, porque suele tener grandes saltos del valor nominal del dólar con mejoras inmediatas en los precios para vender al exterior, pero que se evaporan precozmente, igual que en el sexo, por la ansiedad: los actores económicos no aguantan y se les escapan los aumentos de precios. A veces, justificados por impacto real del tipo de cambio en su estructura de costos, pero casi siempre por inseguridades psicológicas producto de una historia en la que nunca lograron volverse competitivos posta, por lo que buscan cubrirse con remarcaciones. Así, al poco tiempo el mismo ciclo vuelva a empezar.
Ahora estamos en ese momento de envión del que cree que la tiene grande que se da en los que mejoran su rentabilidad cuando el dólar salta en pocas semanas de $ 17,50, como estaba en diciembre, a $ 20,36, como cerró el viernes. Son ese puñado de días en los que las fábricas, los agroexportadores y las economías regionales se sienten con más sex appeal que Maluma para colocar su producción. Pero saben que para marzo o abril, inflación de costos mediante, van a volver a ser tan seductores como el Chaqueño Palavecino.
Como en otras áreas, el Gobierno está convencido de que esta vez es diferente, que hay un rasgo histórico y cultural de la Argentina que se estaría modificando respecto del valor del dólar. Cree que puede moverse casi libremente, rápido y fuerte, con poco impacto en los precios y las expectativas inflacionarias.
Se trataría de una novedad que “nadie ve venir”, como fue tal vez que María Eugenia Vidal ganara en la Provincia, que Esteban Bullrich se impusiera a Cristina Kirchner con el Gobierno en pleno modo tarifazos o que, como pareciera ya asegurado, un presidente no peronista complete su mandato.
Esa mirada choca con la percepción de al menos una parte de la sociedad, a juzgar por los comentarios que se relevan en la calle, sobre todo de la población de 40 para arriba. El “¿cuándo explota todo?”, habitual del argentino medio, se hace más frecuente cuando empieza a conjugarse la frase “dólar récord” con frecuencia.
Puesto en contraste brutal, ahí donde el Banco Central y el Ministerio de Hacienda ven que la devaluación reciente refleja los beneficios del tipo-de-cambio-flotante-que-absorbe-los-shocks-externos, mucho hombre común cree que, como el dólar sube, “Macri no le encuentra la vuelta”.
Hay un lugar en el mundo, mientras tanto, donde un montón de ricos de la Argentina este fin de semana no se preocupan por si el dólar estará a $ 20, $ 21 o $ 22 cuando les lleguen los gastos de la tarjeta. Se trata de los 400 invitados con todo pago al megacumpleaños del empresario farmacéutico y poeta, Alejandro Roemmers, en Marrakech, Marruecos. Lo que sí preocupa al hombre de la familia de los laboratorios es que alguien vaya a ligar su festejo que costó, como se cuenta en esta edición, alrededor de US$ 6 millones, con el aumento de los medicamentos. Les ha enviado mensajes a comunicadores para aclarar que él no participa de los negocios de la empresa, aunque en realidad integra su directorio y hasta tiene su secretaria en el edificio corporativo.
Este clima dólar-dependiente espera, mientras tanto, a Rami Baitieh, el francés que llegará a hacerse cargo de la filial local de Carrefour. El hombre que fue designado hace algunas semanas en lugar de Daniel Rodríguez se tomó un mes antes de desembarcar en el país. Quería aprovechar ese tiempo para hacer un curso de español. Se trata de un ejecutivo todoterreno que habla siete idiomas y viene de manejar Carrefour en Rumania. Ya habrá aprendido que “despidos” es la traducción del francés “licenciement”, una expresión que pondrá en práctica cuando lleve adelante el plan de ajuste en el mayor supermercado del país.