El presidente de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, fue el primer líder en felicitar a su par iraní Mahmoud Ahmadinejad por su triunfo en las elecciones de junio, cuando arreciaban las acusaciones de fraude y las protestas errabundas. El pláceme tuvo (y tiene) dos lecturas evidentes: ayudar en el plano internacional al iraní para que los quejosos volvieran a casa lo más rápidamente posible, y reforzar el rol de Brasil en el concierto internacional balanceándolo con su influencia económica –convencido de que una cosa lleva a la otra y viceversa–, respecto de lo cual actuar como mediador en Oriente Medio es otro eslabón de una cadena estratégica. Hay otras lecturas adicionales.
Intervenir en esa región no es una apuesta que pueda hacerse en una máquina tragamonedas, sino en las mesas reservadas a jugadores VIP. Luego de haber declarado que Israel “debería ser removido del planisferio”, Ahmadinejad aterriza en Brasil cuando todavía no se ha disipado del todo la fragancia ilustre que dejó el viaje de Estado que realizó el presidente israelí Shimon Peres. Tocará suelo tropical hoy, tras haber aplazado una anterior cita prevista para mayo. “Creemos que es mucho más importante mantener un diálogo con Irán que simplemente decir no, dejándolo estigmatizado y aislado”, declaró Marco Aurelio García, asesor en asuntos internacionales de la presidencia. Lula cree en su pulso: sostiene en alto un frasco que si se mueve bruscamente dos grados hacia la derecha o hacia la izquierda puede pulverizarse.
El influyente y entretenido especialista mexicano en política internacional Alfredo Jalife-Rahme ha escrito que Lula, el obrero metalúrgico, “ha resultado magnífico estadista y ha entendido perfectamente las tendencias de la multipolaridad, donde Brasil juega ya un papel relevante en el seno del BRIC (Brasil, Rusia, India y China)”. Luego critica acerbamente a los empresarios medievales de su país y sus subyugados políticos con su “pletórica fauna de lorocutores” pero –como decía Rudyard Kipling– ésta será otra historia. La proximidad de asumir un asiento rotativo en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas el año próximo fomenta la jugada brasileña en el tablero internacional, dado que Brasil desde siempre deseó uno permanente.
Durante una audiencia en el Congreso, el jefe del subcomité sobre América latina de la Cámara de Representantes, el demócrata Eliot Engel, se reconoció desconcertado por la proximidad entre Brasil e Irán, y añadió que en el futuro “tendremos que ampliar nuestro diálogo con Brasil sobre los peligros de Irán y alentar a nuestros amigos en Brasilia a reconsiderar sus vínculos con Teherán”. Por su parte, el líder de la bancada republicana en el subcomité, Connie Mack, dijo que Brasil “no debería seguir a Venezuela”.
Si en el caso de Eliot Engel el desconcierto por lo menos conduce al diálogo, en el de Cornelius Harvey McGillicuddy IV (popularmente Connie Mack), el despecho lleva directamente a la simplificación. Venezuela es algo más que su relación con Irán, y los lazos brasileño iraní es bastante menos que un buen argumento para asimilar Venezuela con Brasil.
Antes de dejar Corea del Sur , en el final de su gira asiática, Obama dijo lo suyo: “En las próximas semanas vamos a estudiar un conjunto de posibles medidas que mostrarán a Irán nuestra determinación” (frente al rechazo a transferir al extranjero el uranio levemente enriquecido iraní). Hablando con propiedad, Obama no había dicho nada que no hubiese trascendido ya.
La semana pasada un aviso aéreo con la bandera multicolor de la comunidad homosexual, surcó los cielos de Río de Janeiro proclamando: “Ahmadinejad, Río te besa”. El presidente de la Asociación de Travestis y Transexuales de Río de Janeiro, Majorie Marchie, rechazó los derechos de autor y tomó el hecho como una provocación. Todavía se recuerda la disertación del iraní en la Universidad de Columbia, en septiembre de 2007, cuando declaró que en su país no hay “homosexuales como en los Estados Unidos”. También hubo manifestaciones en contra del huésped en San Pablo y Minas Gerais, por la desconsideración iraní respecto de los derechos humanos. Bien sabe Lula que quien quiere jugar en serio no puede ser amigo de todos.
En la norteña ciudad de Tabriz, capital de la provincia de Azerbaiján Oriental, Ahmadinejad bramó el jueves pasado que los poderes del mundo deberían respetar a Irán y dejar tranquilos sus activos si desean captar a Teherán. No nombró a los Estados Unidos –ni falta que le hacía–, pero tampoco Engel y Mack (no confundir con Engels y Marx) dijeron ni una palabra de la redada de agentes federales en el Piaget Building de Park Avenue, Manhattan –entre otras propiedades islámicas–, buscando pruebas que pudieran vincularlas con el Banco Melli, una institución financiera acusada de proveer ayuda al programa nuclear iraní, con la que en Estados Unidos es ilegal hacer negocios.
Si no ha sido todavía probado que el Banco Melli proveyó o provee ayuda al programa nuclear iraní, Lula apoyó su vertiente energética en septiembre con argumentos explícitos. También en esa materia tiene las cosas claras. Al día siguiente del envío al Congreso de su propuesta para la re estatización de los hidrocarburos, que habilita la creación de la estatal Petrosal (con un representante con derecho pleno de voto y veto en el consejo directivo de cualquier consorcio energético que opere los depósitos pre-sal, estimados en 100 mil millones de barriles), el ministro Energía Edison Lobão anunció que colocaría “fondos adicionales” en el Banco Nacional de Desarrollo Económico y Social (BNDES), para financiar la explotación de los depósitos de petróleo en las profundidades del Atlántico. El arco podría formularse así: energía-bancos-protección de los intereses nacionales. Buena faena.
A esta altura del análisis, tiene consistencia asegurar que el tema energético lejos de estar ausente en las conversaciones entre Lula y Ahmadinejad, puede cumplir un rol determinante en el curso de las negociaciones por venir. No sólo de mediaciones y arbitrajes políticos viven los presidentes.
Como buenos vecinos, alegrémonos de que el nuestro nos permita ver el mundo más de cerca. Y quien dice ver, bien podría plantearse tocar.