Las conmemoraciones y la inclusión en el calendario escolar del 29 de junio como “otro” Día de la Independencia ha generado algo de confusión: la inmensa mayoría del país rara vez había oído hablar de otro congreso que declarara la independencia que el de Tucumán. Trataremos en estas breves líneas de poner orden en esta cuestión y “aclarar los tantos”.
La independencia es algo sumamente complejo y en la que intervienen múltiples factores e intereses. La secuencia entremezcla situaciones nacionales e internacionales: en 1808 Napoleón invade la Península Ibérica, la Corona portuguesa huye y se instala en Río de Janeiro, y la hispánica –Carlos IV y su hijo Fernando VII− queda cautiva. Esta situación genera la formación de Juntas −en España como en América−, “en defensa del rey” hasta que, al caer la Junta Central de Sevilla, las juntas americanas reclaman que la soberanía “retrovierta” en el pueblo, su auténtico depositario.
En Buenos Aires, el Cabildo Abierto del 22 de mayo, apoyado en las milicias criollas surgidas durante las invasiones inglesas, depone al virrey y la Primera Junta asume el gobierno. En 1813 se conforma una Asamblea Constituyente que adopta trascendentales medidas liberales y antimonárquicas −aprueba un himno, un escudo y una escarapela−, pero no cumple su tarea central: ni declara la independencia ni adopta una constitución. Al año siguiente, tras la derrota de
Napoleón, Fernando VII retorna al poder, deroga la Constitución reformista de Cádiz, reprime duramente a los liberales y restaura el absolutismo. Con el apoyo de la Santa Alianza se lanza a reconquistar los territorios americanos sublevados: desde México hasta Chile, una a una, todas las Juntas libertarias culminan derrotadas y disueltas. Quedan sólo en pie las Provincias Unidas del Río de la Plata: el Directorio especula con instalar una “monarquía constitucional”, al estilo inglés y Belgrano y Rivadavia van a Europa a negociar.
Pero en las Provincias Unidas se había desplegado, a la vez, un proceso en el que “los pueblos” deseaban poner fin a “todos los mandones”, sobre todo en el Litoral y la Banda Oriental –la cuenca ganadera−, donde la burguesía local era más poderosa y la rivalidad con Buenos Aires se acentuaba por la presión aduanera. Las provincias querían elegir gobiernos propios. José Artigas, jefe de los orientales desde finales de 1811, articula la Liga de los Pueblos Libres, que reúne a “su” provincia con el continente de Entre-Ríos (que incluía a Corrientes), las Misiones (ubicadas a ambos lados del río Uruguay) y Santa Fe que, junto con Córdoba, declaran su “independencia” de Buenos Aires. Los une un espíritu antiporteño y, por eso mismo, federal (o confederal) y republicano, de respeto a las autonomías provinciales. Se reúnen entre junio y agosto de 1815 en Arroyo de la China (Concepción del Uruguay) y manifiestan su deseo de participar de un único proyecto de país junto al resto. Además, armas en mano, enfrentan a los brasileños que invaden y se apoderan de Montevideo, las Misiones orientales y el actual Uruguay.
La burguesía porteña, sin embargo, rechaza los planteos autonomistas y convoca a un congreso que se reúne en Tucumán en marzo de 1816 –al que no concurren las provincias del Litoral− y declara la independencia en julio, como es sabido.
Las actas de aquel Congreso de Oriente se han extraviado. No existe, por lo tanto, un documento que atestigüe que allí se declaró la independencia. Lo que está fuera de dudas es que a los allí reunidos los animaba ese mismo espíritu y que la lucha federal, que se extenderá hasta su triunfo de hecho, en 1820, mantuvo las formas republicanas y significó un obstáculo decisivo para los intentos de restauración monárquica, que se barajaron en Tucumán y se plasmaron en la derrotada Constitución de 1819.
*Historiador y ensayista .