En 1991, la editorial italiana Lucarini publicó en primicia mundial la traducción de una novela de Fernando Pessoa: Eliezer. El libro consistía en las memorias apócrifas de un inmigrante ruso en Portugal. De inmediato todos los “pessoístas” y críticos especializados dieron rienda suelta a una serie de apelativos que iban de “genio” a “maestro”, y felicitaciones no menos entusiastas a la “descubridora” y traductora del texto, Amina Di Munno. Aunque parezca difícil de entender, Fernando Pessoa, hasta los años 80, era prácticamente desconocido en Italia. Fue Antonio Tabucchi quien se ocupó de traducirlo y, al mismo tiempo, introducirlo con una serie de ensayos que luego se recopilaron en Un baúl lleno de gente. El gentlemen’s agreement dictaminaba que cualquier intento de traducción al italiano de un libro de Pessoa pasara antes bajo las narices de Tabucchi. La editorial consideró que podía darse el lujo de saltarse ese paso.
Hasta que un día el Corriere della Sera publicó un artículo de Tabucchi que se titulaba, de manera desafiante, Tengo una sospecha: esta novela no es de Pessoa. En ese artículo Tabucchi decía estar sorprendido por el recibimiento de Eliezer, dado que se trataba de una reverenda porquería, algo difícil de asignar a Pessoa, quien ni siquiera en sus anotaciones en el mantel de un restaurante había demostrado mediocridad. Y esa novela era de una mediocridad absoluta. “Todo Pessoa huele a durazno, y esta novela huele a zapallo”, decía. Según Tabucchi, Eliezer tenía tanto que ver con Pessoa como un camello tiene que ver con El infinito de Leopardi. Al parecer, la única prova provante era que el mencionado texto se encontraba dentro del mítico baúl alojado en la Biblioteca Nacional de Lisboa que había pertenecido al poeta. Tabucchi decía haber tenido en la mano el sobre que contenía ese texto escrito a máquina, y recordaba que el sobre estaba catalogado con un gran signo de pregunta. Los pessoístas conocían esa obra, pero nadie se había atrevido a editarla justamente porque dudaban que fuera de Pessoa. Tabucchi planteaba una hipótesis y un plan de acción: tal vez ese tal Eliezer Kamenevsky, el narrador ficticio de la novela, existió en realidad y ésas eran sus memorias, que Pessoa estaba traduciendo al inglés. Tal vez había algún descendiente que pudiera dar explicaciones. Alguien en Portugal decidió llevar a cabo el plan, buscó en la guía telefónica y encontró a una Kamenevsky. Que resultó ser la bisnieta de Eliezer y que poseía el original de su biografía, que efectivamente Pessoa estaba traduciendo.
Esto viene a cuento porque la editorial española Acantilado sacará a la venta el miércoles Quaresma, descifrador, libro que reúne trece novelas policiales escritas por Pessoa. Léanlas cuando lleguen a la Argentina, pero ya saben la fórmula: digan lo que digan los editores, si huelen a zapallo, no son de Pessoa.