COLUMNISTAS
LA SuPERLIGA ES UNA SUBLIGA

Teoria del derrame

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Imparable. Todos saben que Boca ganará esta carrera porque corre solo. | Fotobaires
“En el ayer que me tocó, la gente era ingenua; creía que una mercadería era buena porque así lo afirmaba y lo repetía su propio fabricante”
Jorge Luis Borges (1899-1986); de “Utopía de un hombre que está cansado”, noveno cuento de “El libro de arena” (1975).


Siempre surge algo que distrae nuestra atención y nos rescata del sopor y el aburrimiento. Los playoffs por las copas internacionales, las semifinales de la Copa Argentina o el amistoso que Argentina le ganó 1 a 0 a una Rusia muy inhibida, con gol de Agüero, otro de los viejos cuatro fantásticos que vuelve con la frente alta. Antes de eso, otra rentrée: las charlas con Messi; fragmentos de un discurso amoroso, diría Barthes. El geniecillo prometió caminar desde Rosario a San Nicolás, si gana el Mundial. Lo imitará un pito asesino de ‘eses’ finales y colegas que estudian para clown. Los hay ya recibidos.
Dios es argentino y la virgencita también, aunque en Colón, hace unos años, pensaron que era mufa y su destino fue peor que el de Juana Azurduy, la estatua movediza de la city. Quién sabe si un día no terminan todos en la Bristol de Mar del Plata, con los grasas que toman mate en reposeras de plástico, ese horror estético que hiere la fina ética de Cinthia Dhers, la viralizada “cheta de Nordelta”, antigua amiga… de Jacobo Winograd. Este país da para todo.

El regreso del fútbol codificado no produjo un boom de packs adquiridos ni con la buena carnada del superclásico. En teoría, no podía fallar, pero la desastrosa derrota con Lanús provocó una severa melancolía en el público gallináceo, que deseaba lo mejor, pero intuía lo peor. Pasó. Una y dos veces como para redondear la peor semana de River en años.

Fox y TNT, siguiendo la línea de Carrió de fomentar la piadosa donación de alimentos que sobren –una versión algo rústica de la teoría económica del “derrame”–, les ofrecen a los abonados comunes dos partidos sin cargo con los equipos más chicos que huyen de los cuatro descensos. Que serán rigurosamente codificados, nadie lo dude, cuando definan la cosa a todo o nada.

Es que emoción no le sobra, justamente, a la pomposa Superliga. El equipo de los Mellizos impuso, sin mácula pero sin brillos, la vieja fórmula del wing que desborda, tira el centro atrás para el 9, que toca y gol. Tan sencillo como los tres acordes del blues, aunque tocar bien algo elemental pueda ser tan inaccesible como las Variaciones Goldberg, en las manos del marciano Glenn Gould.
Boca desfila, imparable. Lograron un fixture que los hace viajar poco y nada, les sobra plantel, estructura, y todos saben que ganarán esta carrera porque la corren solos. El único interés de los demás integrantes de esta Superliga es cumplir y facturar, probar futbolistas, poner el ojo en un torneo internacional que sí valga la pena o pelear para no caerse a la B Nacional. Mientras tanto, escatiman a los mejores y ofrecen lo que les sobra. ¡Ops! Más teoría del derrame.

River, como el Gobierno, necesita metálico de afuera para que el sueño se sostenga. Por eso le puso suplentes y equipos remendados al pack, como para no desgastar titulares, incapaces de jugar dos partidos serios por semana, como en Europa. Los demás hicieron lo mismo: Lanús, Racing, Independiente y San Lorenzo ponían productos con fecha de vencimiento próxima, o latas muy hinchadas. ¡Contagio!
Lo paradójico es que los torneos que todos quieren jugar –la Libertadores, la Sudamericana, la Copa Argentina de los cheques gigantes, tan american style– están en el abono clásico. No son gratis –¡que el Altísimo nos salve de la demagogia antihospitales y antiescuelas de ese Fútbol para Todos!– pero con tener el cable alcanza. Esos canales transmiten la Champions, la Europa League y las mejores ligas europeas con todos sus millones y las superstars.

Frente a esa oferta, nuestra Superliga es nafta común, un superpancho de cancha con mostaza de agua verde. Sin embargo, las empresas no parecen muy inquietas: las cifras no difieren de lo previsto en su business plan. ¡Santo gradualismo, Batman!

De un total de 8 millones de usuarios, a una semana del River-Boca había unos 650 mil con el pack adquirido. Un 8% del total. Luego del desastre en Lanús y con el clásico encima, parece que la demanda creció hasta superar un millón, afirman los mismísimos dueños de la pelota, que esperan llegar a los 2 millones cuando sea campeón el club de Angel Easy. Borges opina allá arriba, en el acápite.
River en el diván; Racing, como en una carrera de cangrejos: cada vez gasta más para tener menos, con jugadores que Cocca pide, usa y tira, y un equipo que se las arregla para jugar peor, partido a partido, rezándoles a los de arriba: Milito o Bou antes, Lisandro o Lautaro, hoy.

Holan hizo un milagro en Independiente, sin gastar nada, y puede terminar bien el año en la Sudamericana, ¿La Superliga? No, de eso ni hablar, está lejísimos. San Lorenzo sigue como Tinelli, con el año perdido y viendo qué hace en el futuro. Banfield juega lindo pero tiene un plantel corto, Talleres y Atlético Tucumán son las revelaciones, y Lanús piensa solo en la alfombra roja de Hollywood.
La película de la Superliga tiene un elenco de novatos o gente con más historia que presente: con eso se arreglaba Roger Corman, el rey del cine Clase B. Sería deprimente llamarla Subliga, pero creo que lo merece. Estamos pendientes del pasaporte para ir y jugarnos el pellejo allá afuera. No es tan fácil.

Espero que sepan lo que hacen. Porque si falla algo, no sé, el sistema Var y los siete enanitos, el muro de Trump, o al gordito Kim Jong-un le agarra un ataque de excitación psicomotriz, todo puede derrumbarse como un castillo de naipes. Naipes prestados. Ay.

Aunque algunos –esto es Argentina, compatriotas– seguro jugarán con las cartas marcadas y mirarán todo desde lejos, con un daikiri en la mano, como tantas otras veces.