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Terminemos con el auto

Un atascamiento de tránsito para salir del Parque de los Niños el domingo pasado coincidió con un atascamiento de hinchas, buses y autos que fugaban de la cancha de River Plate. La crisis vehicular hizo que un lugar amable como el parque se enfrentara con la brutalidad urbana de la cancha. Se necesita disciplinar las calles. Hay que abolir el auto.

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Un atascamiento de tránsito para salir del Parque de los Niños el domingo pasado coincidió con un atascamiento de hinchas, buses y autos que fugaban de la cancha de River Plate. La crisis vehicular hizo que un lugar amable como el parque se enfrentara con la brutalidad urbana de la cancha. Se necesita disciplinar las calles. Hay que abolir el auto.
El semiólogo Roland Barthes (1915-1980) alguna vez describió al automóvil como la “catedral gótica de los tiempos modernos”, según cita el poeta inglés Blake Morrison. La tranquilidad inicial fue arruinada por Henry Ford al lograr vender 15 millones de Ford-T en 18 años. La observación de Barthes coincide con la apreciación de la escritora inglesa Virginia Woolf (1882-1941) quien, con su marido Leonard, compraron su primer auto en 1927, una Singer de segunda mano. Fue “la felicidad de nuestras vidas, una nueva vida, libre, móvil…”
Esa aparente felicidad de hace ocho décadas hizo que un observador en la atosigada ciudad de Chennai (Madrás), India, comentara que el objetivo final de las empresas automotrices es vender unidades hasta lograr la paralización total de las ciudades, asegurando que el último coche ocupe el último espacio libre en las calles.
El único freno a esa meta cada vez más posible sería la desaparición del crédito disponible para comprar vehículos, y que el precio de los combustibles subiera sin límite. Hay motivos para el optimismo, si bien no suficientes. Por ejemplo, la Ford de los EE.UU. ha declarado una caída de ingresos por la friolera de 8.700 millones de dólares, en Italia han caído las ventas de unidades en un 20%, y en España en un 31% en tres meses de este año. Pero no falta alguno que inventa una recuperación económica y los hombres salen a gastar lo que no tienen. La prueba está en la concurrencia a todos los salones de automóviles. Por ejemplo, una Bugatti Veyron 16.4 está en 1,67 millones de dólares este año. Regateando lo dejan en 1,6 millones. Con resignación, hay que reconocer que el automóvil es parte de nuestras vidas. Sin embargo, no debemos dejar de anhelar el día de su abolición.
*Ombudsman del diario PERFIL.