Hay escritores y hay personas que publican libros. No es tan fácil distinguirlos. Un caso interesante es el de Diego Dubcovsky que acaba de publicar Motorhome, un pequeño volumen en la editorial Vinilo, especializada en pequeñas muestras autobiográficas que, en su mayoría, suenan a ejercicios salidos de talleres de la literatura del yo, aunque los autores tengan algo que contar de su vida (todo el mundo tiene algo que contar de su vida).
Conozco a Dubcovsky desde hace unos cuantos años y siempre me resultó un individuo desconcertante. Creo que no tengo con él una sola opinión en común, en particular sobre cine (“de los críticos y sus gustos, ni una palabra”, escribe), pero es difícil que un crítico coincida con un productor, porque chocan nuestros intereses). No partimos de los mismos fundamentos: “Te pueden gustar las canciones de Ricardo Montaner y las películas de Bela Tarr. El gusto es caprichoso y arbitrario.”
Pero, además de caerme bien (creo que a mucha gente le pasa aunque se declare poco sociable), Dubcovsky siempre me desconcierta. Por ejemplo, cuando me dijo que, además de productor, se había convertido en jugador semiprofesional de póker. O profesional, no sé, lo pone en la solapa. Pero es a la tarea de productor a la que el libro dedica más páginas. Además de quejarse un poco indecorosamente de que da más de lo que recibe, ilustra con inteligencia una actividad con la que todo el mundo está en contacto, pero de la que nadie sabe mucho hasta que está ahí (y no me refiero a los críticos, que no se endeudan ni se levantan a las cinco de la mañana para llegar antes que nadie al rodaje, como cuenta Dubcovsky que hace).
La enorme cantidad de anécdotas que recopila Motorhome, autorretrato de un personaje curioso, que tiene mucho para contar, es el típico libro que puede calificarse de entretenido y sin pretensiones. Aunque, si uno lee con cuidado, lo último que va a pensar de Dubcovsky es que no tiene pretensiones. Que sean las suyas propias y no las de otros habla bien del personaje. Por otra parte, creo que si contara en profundidad la historia de la cincuentena de las películas en las que participó, en lugar de limitarse a un par de alusiones, podría tener en su haber un best-séller más exitoso que sus films más taquilleros. Pero hay algo más. Sobre el final del libro, Dubcovsky casi confiesa que está podrido del cine y que “prefiere el uso de la palabra a las imágenes como recurso narrativo.” Allí me pregunté si no había en Dubcovsky un escritor, pero no solo a partir del deseo que evidentemente manifiesta. Sino por algo que tiene que ver propiamente con el libro y es la búsqueda del tono. Aunque, en general, sus ciento-diez capítulos buscan impresionar, ser amenos y darse un poco de dique con la excusa de la humildad, el impudor de muchas sus apreciaciones deja entrever algo en sentido contrario cuando habla (sin nombrarla) de Anahí Berneri, su ex mujer directora de cine. Creo que eran una buena pareja y que Dubcovsky la quiere: cuando habla de ella cambia el tono. Tal vez Motorhome sea, en el fondo un proyecto de la comedia de rematrimonio que tal vez escriba un día. Aunque no sé si Anahí, que parece una persona sensata, volvería a aceptar a este ruso loco con un ojo revirado. En realidad, no debe serlo porque se casó con él.