Hace unas semanas tomé un taxi y el tráfico estaba más denso de lo usual. Con el taxista, después descartar las cotidianas protestas en el Patio Olmos - centro del universo cordobés - concluimos que se trataba del final de año que ya se empezaba a percibir. Y no sólo por los embotellamientos sino también por el cansancio de este año particularmente raro y desafiante que a todos nos pesa. Una de las características que hacen a Homo sapiens diferente de los otros animales es la conciencia del pasado y del presente junto con la capacidad de preocuparse por el futuro. Sabíamos que vivíamos en un país en el que resulta muy complicado imaginar un proyecto realizable la semana siguiente. A esta realidad, se suman los efectos de la pandemia que afecta toda la humanidad. El final de año, más allá del cansancio y de la vorágine a la que nos arrastra, nos impele a reflexionar sobre el pasado y a pensar el futuro. Aún desde las ciencias naturales es muy difícil predecir el futuro. Si bien los modelos de las ciencias atmosféricas han mejorado mucho, el pronóstico del clima todavía no está del todo resuelto. Ni que hablar del futuro de la humanidad y del universo. Por esto me asombra que, en tiempos de una sociedad secularizada y con una visión naturalista de la realidad, un buen porcentaje de la población - aún con estudios universitarios - crea que horóscopos y cartas astrales funcionen como pronósticos del comportamiento humano, y hasta puedan tomar decisiones basadas en esta “información” errónea, para usar un eufemismo.
Al final del año civil, se inicia un nuevo año litúrgico con el Adviento que la Iglesia Católica propone como preparación para la celebración de la Navidad. El Adviento es una invitación a hacer memoria de la venida de Jesús en la historia, a esperar la venida de Jesús al final de los tiempos y a buscar los signos de la presencia de Jesús identificado con los más pobres en el presente de la vida cotidiana. Por tanto, preparase para la Navidad no es sólo mirar al pasado – actitud siempre criticada a la Iglesia – sino es también contemplar el futuro con esperanza. Algunos teólogos distinguen entre futurum y adventum. El futurum está asociado al crecimiento, al progreso, mientras que el adventum nos habla de la aparición de algo nuevo. Pensando en términos evolutivos, sabemos que en la historia cósmica emergen nuevas estructuras físicas y organismos biológicos que no se pueden explicar del todo reduciendo la novedad a una causalidad puramente natural. Hay una cierta fecundidad en el universo en la que los creyentes vemos la creatividad de Dios.
La Biblia en muchos textos habla de la novedad de Dios sobre todo en momentos de crisis. Así el libro del profeta Isaías afirma: “Sí, yo voy a crear un cielo nuevo y una tierra nueva. No quedará el recuerdo del pasado ni se lo traerá a la memoria sino que se regocijarán y se alegrarán para siempre por lo que yo voy a crear” (Is 65,17-18). Y el Apocalipsis, libro por antonomasia del futuro, tiene palabras muy consoladoras casi al final: “Dios secará todas sus lágrimas, y no habrá más muerte, ni pena, ni queja, ni dolor, porque todo lo de antes pasó”. (Ap 21, 4). Más allá de todos los escenarios postapocalípticos que nos ofrece la ciencia ficción, la imagen definitiva que surge de Dios en el último libro de la Biblia es la de una mamá que enjuga cada lágrima de su pequeño hijo. Cada una de nuestras horas de cansancio y sufrimiento no caen en el olvido de un universo hostil. Como dice Charly García en Cómo mata el viento norte: “Mi pequeña almita baila de alegría, de alegría”. Éste es el Adviento que viene a nuestro encuentro.
*Jesuita, doctor en Astronomía, investigador de Conicet-Universidad Católica de Córdoba, ex director del Observatorio Vaticano.