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Alberto Fernández. | telam

Es evidente que para cada cosa que dice el Presidente, hay una declaración similar de hace algunos años expresando una idea exactamente opuesta. La tentación es acercarse a esta situación desde el punto de vista del análisis de las ideas, por lo que se podría criticar la incoherencia de quienes cambian sus pensamientos y felicitar a quienes los sostienen, como si eso fuera un valor trascendente para las personalidades públicas. Pero sobre esto algo más se puede agregar.

En algunos casos los cambios son bienvenidos, sobre todo cuando se trata de evitar la tozudez de decisiones de gestión evidentemente negativas o incluso en tratamientos médicos para los que el tiempo permite encontrar mejoras relevantes. Sin embargo, en el caso de Alberto Fernández, lo que llama la atención es la cantidad abrumadora de reflexiones. Quien hoy es presidente disponía, evidentemente, de tiempo para hablar de casi todo lo que era posible y parece que los registros de lo dicho siempre en alguna ocasión posible nunca logra encontrar su final.

Los medios de comunicación fueron durante un tiempo su hogar confortable. Para triunfar en ese mundo, es decir para ser invitado una y otra vez a los programas de televisión, se requiere de declaraciones llamativas y explosivas, de esas que permiten que los productores las pongan en la base de la pantalla con comillas; y si además, como era su caso, la mismas eran expresadas en sentido opuesto a su vínculo político anterior, la combinación producía todo lo que un conductor podía desear para conmover a su audiencia. El proceso político que se auto describe como la reivindicación de la política logró una mayoría de votos con una estrella mediática que logró su segunda fama, criticándolos de corruptos. Parte de los conflictos de gestión se deben a que se ha colocado en el centro de la escena a un hábil declarante. Gestionar no es necesariamente lo mismo.

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El sistema político toma decisiones, no hace otra cosa. En sus funciones legales solo se le permite legislar, hacer decretos, establecer reglamentaciones comerciales o resolver valores de los impuestos. Un político puede imaginar que con una orden podría resolver los desequilibrios en el mercado, pero todo político aprende que solo se puede ilusionar con dar forma a instrucciones sobre las cuales el sistema económico aprenderá luego a tratar como un desequilibrio nuevo entre otros.

Lo que no siempre queda claro es qué sucede cuando quien debe dar órdenes, sin importar su impacto real o lo que sus esperanzas lo hagan esperar, ni siquiera las origina. Quien en los medios de comunicación se siente cómodo, sus enlaces se explican por la facilidad por generar noticias, declaraciones exuberantes; quien logra poder en la política es quien constituye cadenas exitosas de decisión. La segunda opción tiene pocas muestras en 2020.

Uno de los contrastes más interesantes con Cristina Fernández es la cantidad de notas periodísticas que ofrece. Presentado como un signo de apertura y diálogo, la insistente relación con la posibilidad de siempre realizar declaraciones nuevas y en directo, pueden ser vinculadas más a su pasado reciente que a una nueva modalidad de gobierno. En las expresiones, y no tanto en lo que dice, Alberto Fernández es un similar declarante en donde la reflexión profunda y articulada, junto con la indignación sobre los problemas del país, ofrecen una perfecta continuidad.

Los temas de educación y su relevancia desde el rol del Estado pueden ser expresados con absoluta contundencia, al mismo tiempo que insistir en no decidir el regreso a clases. Se puede analizar lo grave de los episodios en el velorio a Maradona sin que quede claro de quién era la responsabilidad. Se puede tratar la reforma judicial al mismo tiempo que sus opiniones, y los de la “comisión Beraldi”, se mezclen como partes similares. Se puede opinar de Venezuela sin que nunca, absolutamente nunca, se comprenda realmente lo que el gobierno nacional considera. En ese entramado de idas y vueltas conceptuales, la disposición para el tratamiento en medios de comunicación de la complejidad de los asuntos ha convertido a su gestión en un centro de estudios sobre problemas públicos en los que las decisiones deberían ser tomadas algún día por otros.

La actividad política en su forma moderna tuvo dos características interesantes. Por un lado, convirtió al público en el centro de sus acciones, ya que el voto de las masas pasó a ser la condición para llegar al gobierno; al mismo tiempo desde el siglo XIX en adelante los Estados comenzaron a ser conducidos de manera creciente por profesionales de ese ámbito. La política se convirtió en una profesión con sus propias preocupaciones, incluso en ocasiones contra sectores o intereses de su misma clase social, algo magistralmente tratado por el historiador Roy Hora para nuestro país, en casos como las tensiones entre ruralistas y quienes decidían sobre impuestos en los gobiernos.

El tiempo actual parece haber dejado toda la esencia de las acciones en llegar al gobierno, y en luego llegar al siguiente, con especialistas en campañas para permitir que esa llegada sea posible. De campaña en campaña, incluso el peronismo, se ha convertido en un partido que solo mira al público para ganar elecciones sin importar las decisiones que sus equipos de gobierno deberán tomar. Solo alcanza con comentar, de elección en elección, de qué tan compleja es la vida en este país y con el único objetivo de llenar de profesionales de las declaraciones, y no de la gestión, el Estado.

Es posible que Alberto Fernández sea la persona ideal de este tiempo en el que el poder no es la variable de influencia, sino solo algo que cada tanto se utiliza en los casos que la presión social es agobiante. A pesar de que las tradiciones insistan en demandar lo contrario, Argentina muestra que tener líderes televisivos o de redes sociales, por lo menos en nuestro país, no tiene los mejores resultados.

Para algunas cosas, nada puede reemplazar las conocidas tradiciones. A pesar de que las redes sociales nos lleven el día, quién podría negar que comprar el diario en papel, en un puesto en la calle, tiene sabor a un tiempo mágico en que todavía los problemas eran pensados para solucionarlos, y sobre lo allí conocido en sus textos, decidir sobre qué país construir. A veces en las tradiciones está el futuro; y en la redes sociales solo el presente, de los que opinan, para que las palabras las recoja el viento.

*Sociólogo.