La experiencia internacional de desarrollo nos sugiere que los tiempos relevantes de decisión se miden en décadas o aun en generaciones, no en años. Los procesos acumulativos de adquisición de capacidades innovativas, gerenciales, organizativas, institucionales y en materia de políticas públicas alternan períodos de cambio gradual y lineal con períodos caracterizados por cambios no graduales e indivisibles. De allí que las experiencias nacionales exitosas de reducción y cierre de las brechas de desarrollo han venido siempre guiadas por estrategias anticipatorias, consistentes y adaptables de largo plazo.
Parecería que el zeitgeist prevaleciente en nuestro país nos ubica en apreciable medida fuera de la escala temporal relevante para emprender un desarrollo científico, tecnológico e innovativo más allá de lo inercial. Veamos.
Necesariamente debemos transitar tres procesos de aprendizaje concurrentes, lo que denomino “la tríada del aprendizaje”. Esto es: 1) las empresas deben aprender a innovar e interactuar con otras organizaciones; 2) las instituciones deben aprender a actuar sistémicamente; y 3) los responsables de las políticas públicas deben aprender a adaptar y evaluar las políticas a través del tiempo dentro de marcos estratégicos anticipatorios y consistentes.
La experiencia internacional nos indica que los tiempos mínimos de estos procesos de aprendizaje oscilan entre los diez y los veinte años, dependiendo de trayectorias previas y de idiosincrasias sectoriales, organizacionales, institucionales y culturales.
También nos muestra que estos procesos triádicos tienen lugar esencialmente a nivel sectorial, registrándose un reducido número de éxitos junto con un gran número de experiencias truncas, lo cual resulta de la complejidad de su recíproca sincronización aun bajo las circunstancias más favorables.
En Argentina tan sólo un contado número de empresas ha emprendido trayectorias innovativas de largo plazo como sostén de su desempeño competitivo (vgr. en biotecnología, siderurgia, alimentos y bebidas y agricultura). La sustentabilidad de estas trayectorias está siempre amenazada por la inestabilidad macroeconómica y la carencia de financiamiento de largo plazo.
Nuestras instituciones de formación educativa y organismos regulatorios, entre otros, deben transitar aún un largo camino de adaptación para poder coadyuvar eficazmente a la movilización innovativa del país, entre otras áreas, en las esferas de los derechos de la propiedad intelectual, la investigación y desarrollo interactivos, la gestión de incentivos y la anticipación de necesidades futuras de capital humano.
Pero nuestro mayor déficit concierne al aprendizaje en materia de diseño, monitoreo, evaluación y mejoramiento de las políticas públicas.
Nuestros sistemas de evaluación están esencialmente orientados a aportar a la legitimación y a la rendición de cuentas, no a contribuir a la elevación de los estándares de las políticas públicas. Escasean las orientaciones estratégicas anticipatorias y consistentes: las acciones de políticas son mayormente reactivas, no proactivas.
Ante la suma de todas éstas carencias no es de extrañar que el país confronte un desafío mayor para llevar adelante su desarrollo mediante la sincronización de los tres componentes del aprendizaje colectivo, tal como han hecho los países del sudeste asiático que lograron transformarse de economías pobres en economías de alto ingreso mientras aumentaron la equidad de oportunidades en poco más de una generación.
Sin atacar esta problemática es difícil que nuestro país pueda romper la “trampa de los países de ingresos medios”. El futuro ya no es lo que solía ser.
*Doctor en Economía. Ex director de Investigaciones de Política de la Onudi, Viena, Austria.
