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Títulos ambiguos

La ambigüedad estética (como la política) ha caído en desgracia. Son frecuentes las confusiones entre lo que un artista o un escritor le “deben” a su comunidad de sentido.

Rafaelspregelburd150
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La ambigüedad estética (como la política) ha caído en desgracia. Son frecuentes las confusiones entre lo que un artista o un escritor le “deben” a su comunidad de sentido. La semana pasada, Fogwill arremetía con razón contra sus lectores ciberamigos, seres anónimos que le sugerían se cuidara de utilizar tal o cual palabra, adjudicándole un rol responsable de “comunicador social”. Es uno de los títulos más ambiguos que ofrece la UBA.

Si bien la ambigüedad es condición sine qua non del discurso artístico y literario (“el artista como un pensador de lo impreciso”, como proclamó Luis Felipe Noé en su Antiestética), el exceso de desapego, de distancia, con respecto a la información lingüística, ética y simbólica que una sociedad ha asimilado es castigado con reclamos neuróticos: “Ve y sorpréndeme mucho, pero no tanto que confunda tu falta de sentido común con cinismo”.

Hace unos días, en Madrid, vi Cantando bajo las balas, de Antonio Alamo, quien recrea la anécdota del acto del 12 de octubre en el que el primer general de Franco, Millán Astray, amenazó a punta de pistola a Unamuno, justamente por hacer alarde de su muy clásica ambigüedad: siendo funcionario del gobierno, se le suponían ciertos discursos pro fascistas que nunca llegó a pronunciar con toda claridad. La misma falta de claridad que le valió, a su vez, perderse el Nobel. Es que la idea de españolidad de ambos es un poco similar en algunos aspectos. Unamuno, luego de enfrentarse al energúmeno de Astray, salió del Paraninfo del brazo de Carmen Polo, esposa de Franco, quien lo salvó así, sottovoce, de morir ametrallado. Menudo favor se le hizo al más célebre pensador en lengua castellana. Unamuno moriría meses después, en ambiguo silencio. ¿No habría sido más digno (y un revés letal para el franquismo) pasar a la historia con un de-safortunado balazo en la cabeza que rubricara ante el mundo el punto exacto de su postura ideológica? ¿O es que tal vez no había tal cosa como un “punto exacto” en su postura? No deja de sorprenderme (a veces gratamente, a veces con neurótico escozor) que el tal vez mayor pensador en lengua castellana (mi lengua) sea celebrado por su impenetrable ambigüedad.