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el ECONOMISTA DE LA SEMANA

Toda la carne al asador

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En medio de un boom de consumo, que ha provocado que la actividad económica creciera a un ritmo cercano al 10% anual en los primeros seis meses del año, el panorama de la Argentina no es muy distinto al de la segunda mitad de 2007, aunque pasaron muchas cosas desde entonces.
Cristina Fernández fue electa presidenta, se produjo el enfrentamiento con el campo, se desató una crisis financiera global sin precedentes desde los años 30 del siglo pasado, los fondos de pensión privados domésticos ya no existen, el oficialismo perdió las elecciones de medio término. Pero en materia económica, la situación no es tan distinta.
Preocupaban entonces y todavía preocupan la inflación, los aumentos salariales, el crecimiento del gasto público, el aumento de las importaciones, las distorsiones de precios relativos y la falta de inversión en áreas críticas de la infraestructura.
La recesión que se inició hacia octubre de 2008, y se extendió hasta el primer trimestre de 2009, alejó la economía de la “zona caliente” y el debate sobre la necesidad de enfriar pasó a un segundo plano.
Recordemos que durante la campaña presidencial de 2007, tanto el presidente saliente como la actual, sostuvieron que irían a “enfriar la economía”. Eran las elecciones presidenciales de octubre de aquel año las que hacían impensable que la política económica podría llevar a una tasa de expansión más baja y más sustentable.
Hoy son las elecciones de 2011 las que nos impiden nuevamente pensar en ello.

Sustentabilidad. La advertencia de aquel entonces acerca de que ese sendero no era sustentable y que el crecimiento se moderaría de todas maneras comenzó a hacerse realidad mucho antes del shock global de octubre de 2008.
Según el IGA (una proxy del PBI mensual, elaborado por Orlando Ferreres), el ritmo de crecimiento registró una desaceleración importante hacia el primer trimestre de ese año (incluso con una caída trimestral de 0,6 % respecto del último trimestre de 2007), que se profundizó por la crisis con el campo, y que luego se agudizó por la crisis internacional hacia el tercer trimestre de ese año. No hizo falta enfriar y estos eventos permitieron al Gobierno encontrar la excusa perfecta para desviar la mirada respecto de las causas propias del modelo detrás de la desaceleración.
Hoy, luego de varios años de inversión insuficiente y sin perspectivas de un “boom” de inversiones en el futuro cercano, de nuevo una desaceleración luce prácticamente inevitable. La gravedad, celeridad y timing de la misma dependerá del contexto internacional y de las políticas para evitarla.
A pesar de la alta incertidumbre, el contexto internacional no parece que vaya a jugar en contra. El 70% de los países del mundo está creciendo, y seguirá haciéndolo, a tasas no muy distintas de las anteriores de la crisis de 2008. Los mejores pronósticos están en los países emergentes que son los principales demandantes de los productos de exportación de la Argentina y los precios de las commodities así lo reflejan.
La crisis de la Eurozona será duradera y habrá que acostumbrarse, pero no producirá dinámicas globales parecidas a las de 2008/2009. Y aun cuando el crecimiento global se vea resentido, la última palabra estará del lado de las políticas domésticas. Resultará crucial hasta qué punto estarán dispuestas las autoridades a sacrificar aún más la estabilidad macroeconómica a cambio de sostener el ritmo de crecimiento.
Si bien una parte importante del boom de consumo se explica por el boom agrícola, sustentado en una cosecha de soja de 22 millones de toneladas, 70% superior a la obtenida en la campaña pasada (cuando la sequía hizo de las suyas), la política económica, a través de varios mecanismos, también ha jugado un rol importante:
—El aumento del ingreso de los hogares más pobres gracias a las políticas asistenciales puestas en ejecución entre finales de 2009 y principios de 2010 (planes para cooperativas de trabajo y ayuda universal por hijo).
—La inflación, que genera algunas prácticas tendientes a anticipar consumo (en especial de bienes durables).
—La política de apreciación real del peso frente al dólar propuesta por las autoridades económicas y el Banco Central, quienes han manifestado claramente su decisión de sostenerla a una tasa debajo de la de inflación. Esto lleva, también a que muchos argentinos prefieran consumir bienes que esperan que aumenten de precio, antes que ahorrar dólares cuyo precio prevén que aumentará menos (guiados por la política oficial de utilizar el dólar como ancla nominal de expectativas inflacionarias).
—Las tasas de interés pasivas reales fuertemente negativas, que favorecen el consumo por sobre el ahorro en el sistema financiero doméstico.
—La política de aumentos salariales que en el promedio de la economía significó salarios reales invariables, en algunos sectores se tradujó en incrementos superiores a la inflación.
—Al mismo tiempo, a pesar de la inflación en ascenso, el deterioro fiscal y el olor a fin de ciclo político, la mayoría de los argentinos percibe que esta vez es distinto y no hay una crisis “allá, Argentina” en ciernes. Hoy, a diferencia de otras crisis, hay dólares.
En stock, las reservas internacionales del BCRA en porcentaje del PBI son tres veces el promedio de los últimos cincuenta años; y en flujo, el superávit de la cuenta corriente del balance de pagos (de algo más de dos puntos del PBI) contrasta fuertemente con el déficit de casi un punto medio promedio de esos cincuenta años.
Esta abundancia relativa de dólares, sumada a la utilización de su precio como ancla de las expectativas inflacionarias, hace que los individuos no sientan urgencia de demandar protección acumulando dólares.
Pero, cuidado, todavía falta mucho para las elecciones de 2011 y la continuidad y eventual intensificación de las políticas expansivas y de los mamarrachos recientes en materia de comercio exterior podría llevar a la Argentina, más temprano que tarde, a repetir historias pasadas. Los límites son claros y los riesgos cada vez mayores.

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