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PANORAMA / massa, el enigma

Todo al 7

El intendente de Tigre definiría ese día si juega. Cómo impacta.

SILENCIO STAMPA Sergio Massa DIBUJO: PABLO TEMES.
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Nadie se prepara tanto sólo para ir al cine. El raid de Sergio Massa es agotador: visita, conversa, se fotografía, no se exime ante ningún sector. Declara poco, eso sí; como si necesitara alimentar un misterio. Para este 7, en apariencia, se reservó la decisión de anunciar –ante sus pares intendentes de Buenos Aires– si compite por una diputación bonaerense o si respalda una lista sin protagonizarla. Duda tan razonable como curiosa: si auspicia candidatos, quizás le haga el juego electoral a la Presidenta; si se asume él como aspirante, definitivamente se vuelve el rival más temible para Daniel Scioli en el 2015, del kirchnerismo en general y de Cristina en particular. Siempre y cuando gane.

Singular desembocadura de este ex jefe de Gabinete, quien parece tan crítico de la mandataria como su antecesor en el cargo, Alberto Fernández, preferidos del matrimonio en su momento, luego renunciados y devenidos en conversos y eventuales verdugos de la administración. Para un amante del fútbol, la falla de los K se multiplica por la función poco exigente de los dos en el campo de juego, ambos arqueros, irrelevantes, pero bendecidos por la dama en la tertulia a hora del mate, por ejemplo. También el hijo Máximo se distraía con los personajes, parecía admirarlos, no tanto por sus habilidades en la animación de los picados de Olivos, esa cantera intelectual para elegir ministros en más de un caso.

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Mientras sube casi inexplicablemente en las encuestas y todos bajan, Massa generó expectativa entre propios y ajenos, desahuciando rivales (Alicia Kirchner, “no la vota ni Rin tin tin”), objetando medidas del Gobierno, declarándose ambiguo para competir en octubre y hasta diferenciándose en hábitos personales de Scioli (con quien supo mantener una relación casi secreta, con un par de intermediarios poco conocidos para no ser espiados desde la Casa Rosada).
Si el 7 se ofrece como patrocinador de una lista –por más que la integre su propia esposa, Malena Galmarini–, la propuesta será observada como funcional a Cristina porque divide en tres porciones al peronismo bonaerense. Por lo menos. Y esa partición (dos alternativas de 20 puntos y otra oficialista de 30) le permitiría a la Presidenta decir o hacer decir que ganó la Provincia. Mientras que si Massa preside la lista habrá polarización y la Rosada entra en aprietos. No sólo el día posterior al comicio.

Lo singular es que llega a este último punto como último remedio, no premeditado tal vez. A Massa le encantaría un candidato que midiera como él y que se adaptara a sus propósitos.

Más difícil lo primero que lo segundo. Hasta Roberto Lavagna se le echó atrás en la Provincia. Queda él y su alma, también los intendentes que lo apoyan y cierto clima general que le permita conducir un futuro bloque de 30 a 40 diputados, número suficiente para quitarle el rol de escribanía a la Cámara y, a Cristina, la habilitaría para proclamar: no me permiten que gobierne.

Pero, claro, antes debe organizarse para ir por afuera del PJ, con un partido propio, Fuerza Renovadora, y evitar el desatino de presentarse a la interna peronista: no hay tanta plata para dos elecciones continuadas y en las PASO, además del dominio estructural del oficialismo, no existe el escrutinio definitivo (de modo que, si alguien gana en forma sospechosa, es imposible revisar el cómputo). Delicias de la democracia.

El rubro fiscalización también lo agobia como a cualquier opositor, ni hablar de los preparativos: pensar que una lista debe imprimir 60 millones de boletas para cubrir los distritos bonaerenses. Si hasta faltan bóvedas para guardarlas.
Ahora se le agregan nuevas cavilaciones al atribulado Massa. En el último mensaje, Cristina mudó de maestra castigadora a mujer desguarnecida, “no soy tonta... les doy más de lo que me piden (plata) y no me cuidan”. Apuntaba al impertérrito Scioli, también a Massa –aunque él no se supone involucrado– y su posible aventura electoral.
Poco sirve que los mismos empresarios cercanos a la Casa Rosada rodeen al intendente de Tigre (también a Scioli, nunca hay diferencias a la hora de hacer negocios), ya que Massa cosechó adhesiones en sus tiempos de la Anses. Pero no alcanzan esas amistades cuando se discute poder. De ahí que en los diez días que restan, quizás los mas importantes que le tocó atravesar a Massa, se le plantea una disyuntiva capital: si bien juró nunca ser Reutemann, todavía le queda espacio para ser Scioli.

A menos que la convicción lo gobierne. Deberá lidiar con Cristina, para quien las convicciones no son relativas como la política.