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opositores

Todo es, como es

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Estaría bueno que las cosas fuesen distintas, pero lamentablemente son así. Releo viejas columnas de PERFIL, cotejo lo que he escrito –llamo a esto escribir– y medio me arrepiento. Pero de nada vale arrepentirse cuando uno lamentablemente, es quien es. Cuando uno lamentablemente es quien es, sólo le valdría ser otro, pero como no puede, sólo le cabe rogar haber sido otro, que es lo que hacemos todos, todo el tiempo. Todos: incluyendo a los que no creemos que haya un interlocutor para nuestros ruegos, y a esos cristianos que creen que el interlocutor de sus ruegos los ama y los perdona, pero que nada está más lejos de su voluntad que ceder a caprichos humanos circunstanciales como el de tener razón o cuidarse del qué dirán. Cuidar el qué dirán es una mera cuestión de etiqueta. Ni siquiera es una estrategia para vivir mejor. A la inversa, puede convertirse en una estrategia para vivir peor, y –pruebas de esto abundan– un camino para escribir peor. Es que la literatura trabaja con el qué dirán como materia prima para sus resultados, no como patrón al que subordinarse. Escribe Daniel Durand, un destacado de la nueva generación de poetas argentinos: “Que no te guste lo que escribís porque le gusta a la que gusta, si lo que escribiste le gusta a la que querés, tirá todo eso, dejá lo que no entendés, no tires nunca lo que te da vergüenza”. No vale mirar atrás. Me leo y veo que en la columna del 5 de diciembre pasado publiqué mi anhelo de “que el juez firme que el enriquecimiento es cosa juzgada para que (los K) se vayan en paz a su hotel, sin causar más daños colaterales, que los tantos que ya produjeron”. No era tanto pedir y el juez Oyarbide se desempeñó como si me hubiera escuchado. Quienes no me escucharon, en cambio, son los de la constelación opositora, que sigue empeñada en acosar, o, para decirlo en palabras de Pepe Mujica, en “acorralar”. ¿Es que no pueden hacer otra cosa? Parecería que no, que no pueden hacer otra cosa y que, en lugar de reconocerlo, simulan estar haciéndola. Por ejemplo, la independencia judicial: ninguna de las tres bandas opositoras podría gobernar ni compartir con las otras un gobierno con una justicia independiente. Aún menos podría gobernar o cogobernar bajo un sistema previsional con el 82 ni con el 66% móvil, ni con la intangibilidad de los fondos jubilatorios que requeriría. Es imaginable un orden social y económico capaz de convivir con una justicia independiente y otro –distinto– capaz de establecer y sostener la justicia jubilatoria, pero ninguno de ambos es el previsto en los programas de sus partidos de origen ni cabe en los programas de los partidos y los frentes que puede contener a estos opositores.