Incapaces de trabajar para darle bienestar al pueblo cuyo voto reclama, algunos conspicuos integrantes de nuestra clase política compensan su impericia apoyándose en el formidable respaldo de un importante sector de la prensa que se encarga de hacer creer que pasan cosas que, realmente, no suceden.
No se trata de una práctica ni novedosa ni reservada puntualmente a algún dirigente o a algún distrito. Aunque, seamos justos, existen algunos ejemplos que subliman el arte de la utilización de este recurso. Por lo general, la forma de cooptar medios y cronistas es sencilla: alcanza con disponer de una generosa cartera de publicidad oficial. Quizás no alcance el presupuesto para los jubilados o para los docentes; tal vez posterguemos alguna inversión en patrulleros o en pavimentar villas. En lo que no podemos demorar es en disponer recursos para que, nuestros aliados circunstanciales le cuenten a la opinión pública que somos sustancialmente mejores de lo que realmente somos. Y si no alcanza el dinero, de todos modos, los hombres de medios –también nosotros, los hombres de prensa, que no siempre es lo mismo– sabremos ser sensibles a las perspectivas: uno nunca sabe cuán lejos puede llegar hasta el más inútil en la escala jerárquica de los poderes de nuestro país.
No vayan a creer que decidí empezar 2011 haciendo catarsis después del verano más violenta y patéticamente proselitista que recuerdo haber vivido. Tampoco se la voy a caretear haciéndole creer que no hay nada de esa catarsis en esta apertura. Sin embargo, esto de hacerle creer al público que pasan cosas que francamente no suceden es algo que también afecta al fútbol argentino.
Afecta al seleccionado mayor: varios periodistas intentan hacernos creer que la Era Batista acuñó diferencias sustanciales respecto de lo que dejó el momento de Maradona. Luego, en la cancha, como ante Portugal, vemos a un equipo que juega largo rato soñando con que Messi sea una mezcla de Batman, Flash Gordon e Isidoro Cañones. Y lo peor es que Leo, finalmente, lo consigue.
Afecta al juvenil: desde Perú se legitima el concepto de que el real objetivo es el de clasificarse para el Mundial Sub 20 de Colombia –la Argentina viene de estar ausente del último de la categoría, en uno de los más rotundos fracasos de la historia en este nivel–, sin especificar que la mitad de los diez equipos que disputan el Sudamericano obtendrán una plaza para ese torneo. Y encima se dice que la clasificación para Londres 2012 es “asunto del Sub 23”, como si existiera otra instancia clasificatoria, como si existiera un Sub 23, como si ya se supiera que será Sub 23 la categoría para los Juegos Olímpicos. Pocos se detienen en la profunda tristeza que genera ver jugar tan mal a un equipo juvenil argentino. Porque una cosa es no brillar en la gestación y otra es armar un equipo defensivo que ni siquiera sabe defender. En todo caso, el solo hecho de no poder defender en Londres los títulos logrados en Atenas y en Beijing basta para esperar explicaciones serias y decisiones profundas.
Afecta al mercado local y al Clausura que acaba de comenzar: desde la última quincena de diciembre nos vienen pudriendo la cabeza con la gordura de un mercado de pases flacos, con la revitalización de los equipos grandes en crisis –especialmente, Boca, River y San Lorenzo, aunque a Racing le falta un golpe de horno e Independiente disimuló su último puesto en el Apertura gracias al éxito de la Sudamericana–, aunque, por el momento, nada permita sospechar un cambio de rumbo en la división de buenos y malos de nuestro fútbol.
Hay cosas sustancialmente buenas que no venden. Sobre todo, si esas cosas les pasan a Estudiantes, a Vélez, a Lanús o a Godoy Cruz. También a All Boys; sin embargo, la gran noticia del Albo fue la contratación de un Ortega que no es garantía de nada –más allá del afecto por él y del infortunio de la operación de apéndice– en vez de destacar que Romero logró armar un equipo como la gente que prescinde, justamente, de golpes de efecto.
Los méritos de los “no grandes cada vez más grandes” no forman parte del main stream de las noticias de las pelotas, simplemente porque ordenar finanzas, no comprar ni vender desde la trampa o desde lo innecesario o pensar al fútbol desde una idea y no desde un par de nombres presuntamente rutilantes no son nota de tapa para el criterio de algún gabinete de editores de medio pelo. Es más, ni siquiera lo serían si el orden, la responsabilidad o la idea del juego fuera el sustento de Boca o de River.
Nunca es bueno que un periodista prejuzgue. Tampoco es bueno quedarse en la cómoda de dar una opinión sólo con el resultado puesto.
En consecuencia, con la mitad de la primera fecha jugada y con muy poco agua corriendo bajo el puente, quiero compartir con ustedes la sensación de que, por mucho que nos esforcemos los medios y los periodistas en exhibir algo distinto, el fútbol argentino seguirá siendo regido, dentro de la cancha, por los mismos que lo vienen haciendo en los últimos tres años.
Tanto como que, por mucho que nos esforcemos los medios y los periodistas en exhibir algo distinto, los problemas de la pobreza, la marginalidad, la desigualdad, la inseguridad, la educación, la salud o la corrupción seguirán marcando la agenda cotidiana por encima de la difusión de presuntas bondades que, por cierto, si realmente se estuvieran produciendo, no tendrían otra fuente de financiamiento que los impuestos que usted y yo pagamos religiosamente.