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IMAGEN Y CAMPAÑAS

Todo tiempo pasado fue peor

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Algunos añoran un pasado que nunca existió. Creen que la realidad se degradó, que los políticos antiguos eran mejores que los actuales, que las campañas electorales eran “puras” y que la gente votaba por ideas. Estas son falsificaciones de la historia. No hay ninguna razón para suponer que los líderes de antaño hayan sido mejores que los actuales. En general nuestros dirigentes pudieron alimentarse y desarrollar sus neuronas en mejores condiciones. La radio, la televisión, los teléfonos inteligentes y las redes sociales permiten que cualquier adolescente tenga en su cabeza más información que la que tuvieron los personajes poderosos y sofisticados de hace cincuenta años.

Algunos creen que la política era un concurso de programas e ideologías, sin enfrentamientos salvajes. Eso también es falso. La tasa de mortalidad violenta entre los políticos era muy alta. La epopeya fue siempre de la mano de la tragedia. Algunos líderes, desde Alem hasta Getúlio Vargas, se suicidaron, y bastantes fueron asesinados como Manuel Quintana en Argentina, Carranza, Obregón y Madero en México y Eloy Alfaro en Ecuador. Defendían ideas que parecían trascendentales para el universo, pero tal vez exageraban un poco. Velasco Ibarra proclamó en sus cuatro campañas presidenciales: “Las próximas elecciones son definitivas: o el Ecuador se salva o se desmorona definitivamente”. Ganó siempre, lo derribaron al poco tiempo y nada se salvó ni se desmoronó.

Actualmente somos más realistas. Los candidatos necesitan comunicarse con muchos electores que son independientes de las elites y de las supersticiones. La mayoría de ellos prefiere vivir mejor, no quiere matar ni morir por las ideas de los líderes. La democracia se amplió, la gente vota como le viene en gana, supone que los candidatos están obligados a escucharla. Quiere líderes comprensibles, seres humanos creíbles, que comprendan sus demandas. Desde que se difundió la luz eléctrica hay menos fantasmas y las ideologías perdieron fuerza. La idea del “carisma” se evaporó: los profetas apocalípticos y los líderes ególatras resultan un poco ridículos en la pantalla chica y pierden los votos de la familia cuando asustan con sus discursos al gato que duerme junto al televisor.

Las campañas siempre fueron costosas. El dinero se usaba para construir escenarios, acarrear gente, repartir comida, armar comités de campaña y organizar movilizaciones que demandaban transporte, comida y bebida para los asistentes. Algunos candidatos buscaban votos regalando prendas de vestir, repartiendo bebidas, comida, comprando carnets electorales y organizando redes clientelares. Es aventurado decir que esa política era mucho más idealista y racional que la actual.

La gente cambió. En las campañas modernas hay que hacer esfuerzos para comprender a los electores, investigar lo que quieren y aprender su lenguaje. El nuevo sujeto privilegiado para diseñar una buena estrategia no es el candidato ni sus rivales, sino el elector. Los ciudadanos son mucho más independientes que los de antaño, quieren opinar y que los tomen en cuenta. Saben que su voto es importante para los poderosos y viven la ilusión de que los candidatos llegan todos los días a su casa y se asoman a través de una pantalla para parecer simpáticos. Están mucho más informados de lo que suponen las elites y se dan cuenta cuando los dirigentes hacen trucos para presentarse como lo que no son. Felizmente, el mundo avanza y las verdades eternas de los partidos volaron en pedazos convirtiéndose en millones de papeletas.

La mayor parte de los seres humanos queremos votar, ejercer periódicamente nuestra pequeña cuota de poder, llamar por su nombre a los importantes al menos en el tiempo de elecciones, y cebar un mate mientras los vemos explicar sus puntos de vista. No escuchamos sus palabras, pero su rostro nos informa lo suficiente. Después, al apagar la televisión sonreímos disfrutando de estos juegos de la democracia y decimos antes de dormir que, finalmente, todo tiempo pasado fue peor.

*Profesor de la GWU, miembro del Club Político Argentino.