Las generalizaciones no sólo pueden ser injustas. En algunos casos hasta pueden resultar perversas, maniqueas. Muchas parten desde prejuicios sociales, raciales, ideológicos, políticos. Y buscan invalidar el sentido crítico, separar la paja del trigo. Si, por ejemplo, todos apoyamos el golpe militar contra Isabel Perón (yo tenía 10 años), todos fuimos responsables de la dictadura, todos fuimos culpables. Ergo, nadie fue.
Trasladado a estos tiempos “agrietados”, la generalización se recarga para simplificar aún más la obviedad. Cualquier posición que pueda coincidir en algún aspecto con medidas oficiales se tacha de kirchnerista. Si se es K, se es corrupto, intolerante, autoritario. Idem a la inversa. Criticar algo del modelo nac & pop es destituyente, antidemocrático, gorila, buitre.
Claro que hay múltiples ejemplos para sostener las tachaduras. Pero desde esos bandos extremos se intenta acentuar la descalificación, para obturar cualquier matiz que permita entender algo más.
Así, la lista es sencilla de hacer. Cristina es chorra, Bonadio y los jueces son chorros, la AFIP es chorra, el HSBC y los bancos son chorros, Moyano y el sindicalismo son chorros, los empresarios y afortunados con cuentas en el exterior son chorros, Scioli-Macri-Massa son chorros, Clarín y Lanata son chorros, el periodismo militante es chorro. Todos, salvo el Papa, somos chorros. Ergo, nadie lo es.
Se vislumbra difícil, sino imposible, construir una sociedad democrática, republicana, desarrollada y con inclusión social si todo es lo mismo. Si no hay castigo. Si no hay ejemplos. Si no se cumplen las leyes. Si se aplica un conveniente doble estándar. Si nos cagamos en todo y en todos. Pura argentinidad, como para concluir con otra generalización.