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Toneladas de huesos

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Entre el 13 y el 14 de febrero de 1945 tuvo lugar uno de los más devastadores bombardeos de la Segunda Guerra Mundial y de la historia de toda Europa. Más de 800 aviones británicos volaron sobre Dresde, una ciudad de Alemania, descargando alrededor de 1.500 toneladas de bombas explosivas y 1.200 toneladas de bombas incendiarias. Al día siguiente la ciudad fue atacada por los B-17 estadounidenses que en cuatro incursiones arrojaron otras 1.250 toneladas de bombas. Los ataques, en menor escala, prosiguieron también durante los dos meses siguientes.

Antes de la Segunda Guerra Mundial, Dresde era la séptima ciudad en número de habitantes y un importante centro económico, militar y de transporte. Hasta el otoño de 1944 la zona no había sido atacada, había quedado fuera del radio de acción de los bombardeos aliados. Pero algo cambió.

Dos días antes del bombardeo había concluido en Yalta una de las más importantes conferencias de la Segunda Guerra Mundial: Roosevelt, Churchill y Stalin se habían encontrado en Crimea, a orillas del Mar Negro, y a lo largo de una semana discutieron, entre otras cosas, sobre el futuro de Alemania y Polonia, y sobre la creación de la Organización de las Naciones Unidas.

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En febrero de 1945 la guerra ya casi la habían ganado los aliados: gran parte de Europa oriental había sido liberada por las tropas soviéticas, que ya habían entrado en Polonia y estaban cerca de la frontera de Alemania. Los países occidentales decidieron apoyar el compromiso bélico soviético con los bombardeos estratégicos, creando confusión y evacuaciones en masa atacando desde el Este, y por lo tanto obstaculizando la avanzada de las tropas desde el Oeste. En la Conferencia de Yalta, tanto Berlín como Dresde estaban en la lista de los objetivos, y ambas ciudades fueron bombardeadas inmediatamente después de la conferencia.

Gran parte del centro histórico de Dresde, unos 15 kilómetros cuadrados, fue destruida: más de 20 mil casas, 22 hospitales y casi 200 fábricas. Los numerosos incendios se expandieron espontáneamente y comenzaron a unirse en un único, gigantesco, fuego que consumió todo el oxígeno. El viento alcanzó la intensidad de un huracán y la temperatura del aire se elevó a cientos de grados. Era la firestorm, la “tempestad de fuego” que los generales británicos habían ya provocado en Hamburgo en julio de 1943 y que los estadounidenses repitieron en Tokio en marzo de 1945.

Según una investigación independiente realizada a pedido del consejo municipal de Dresde en 2010, murieron entre 22 y 25 mil personas. El número exacto es imposible de definir y desde hace tiempo es objeto de discusión: se siguieron encontrando cadáveres hasta los años 60.

En cuanto al bombardeo, hubo un gran debate acerca de si debía o no considerarse un crimen de guerra. En 1945 no existía ninguna convención a nivel internacional que regulase los bombardeos para proteger a la población civil. La reconstrucción de la ciudad fue lenta y parcial. Por ejemplo, la reedificación de la Frauenkirche (la iglesia que era uno de los símbolos de Dresde) se concluyó más de sesenta años después de su destrucción, en octubre de 2005.

Kurt Vonnegut había sido capturado por los alemanes y se encontraba en Dresde como prisionero en la época de los bombardeos. Habla de eso en Matadero cinco, donde escribe: “Volví a Dresde, con el dinero de la Fundación Guggenheim (Dios la bendiga), en 1967. Se parecía mucho a Dayton, en Ohio, pero había más zonas desiertas que en Dayton. En el terreno debían de haber toneladas de huesos humanos”.