El comienzo del año trajo dos imágenes que, por sí mismas, su mayor o menor difusión y las explicaciones posteriores, pintan nuestro empobrecimiento cultural y económico. Que el titular de la AFIP viaje a Río de Janeiro a pasar las fiestas de fin de año o que simultáneamente el jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires viaje a Bariloche no tendría que ser noticia. Pero lo es. Porque los prolongados cortes de luz, especialmente en la Ciudad de Buenos Aires, y las restricciones a la compra de dólares, sumados al desaliento fiscal de los viajes al exterior, especialmente instrumentados por la AFIP, transforman lo que en otro contexto serían naturales viajes de descanso en gestos desubicados por falta de sensibilidad y de inteligencia política, o un exceso de soberbia.
A la torpeza del acto se agrega, en el caso de Echegaray, que los amigos que estaban con él agredieron al equipo periodístico que registraba su viaje; y, en el caso de Macri, que el fotógrafo que lo retrató denuncia que quiso pagarle para que la foto no se difundiera.
Echegaray, a pesar de su mesura discursiva, no puede separarse de las agresiones de sus amigos a los periodistas de TN ni del tipo de amigos con los que intima. Y Macri desmiente haberle dicho al fotógrafo freelance: “Es lo mismo que yo te pague la foto que te la pague un diario”, pero tampoco puede exculparse de haber llevado al baño del aeropuerto al fotógrafo para conversar más privadamente.
A la torpeza de Echegaray y de Macri, se agrega luego la de algunos medios magnificando una noticia y minimizando otra, según su orientación.
El trabajo de los periodistas de TN en Río de Janeiro fue impecable. Lo que luego hizo TN, no. Pasar cada media hora la misma nota de Echegaray en Brasil durante tres días seguidos, abrir con ella cada noticiero y hasta hacer programas especiales luce más como una venganza que como un legítimo derecho de defensa, dándole al kirchnerismo argumentos para victimizarse.
El uso de términos exagerados (“patota”, “salvaje”) logra el efecto contrario, y es totalmente innecesario, porque el mamarracho de Echegaray no precisaba más que ascetismo periodístico sin adjetivos. Paralelamente, la falta de proporcionalidad en la cobertura de la denuncia del fotógrafo de Bariloche sobre Macri le quita verosimilitud al declamado interés por la libertad de prensa que invoca.
En sentido inverso, el ninguneo de los medios oficiales al problema de Echegaray, o casos más extremos, como el de Víctor Hugo, de argumentar que el camarógrafo de TN se podría haber golpeado sin querer con la cámara su ojo, son el ejemplo contrario del mismo sesgamiento cognitivo.
Respecto de Macri, el diario Río Negro, el principal de la Patagonia y de tendencia crítica hacia el kirchnerismo, sostiene de quien lo denuncia que se trata de un “reconocido fotógrafo local”. De ser cierto que quiso comprar su propia foto para impedir que se difundiera, aunque se trataría de un hecho sin violencia física, sería tanto o más grave que las trompadas y patadas del impresentable amigo de Echegaray y sus hijos a los periodistas de TN.
La pobreza cultural de la dirigencia argentina, funcionarios, gobernantes y conductores de medios asusta.
Se escucha decir como argumento que en Estados Unidos los diarios asumen explícitamente en sus editoriales apoyar a tal candidato o partido y que no estaría mal que en Argentina se propalara sin parar un error de un funcionario de una ideología y se omitiera el de uno de la contraria tomando casualmente partido.
Pero no es así: esos mismos diarios norteamericanos que en sus editoriales apoyan o critican a un partido o candidato, se cuidan especialmente de ser lo más equilibrados posible en la cobertura de los hechos, casualmente para luego tener alguna autoridad para influir con sus editoriales.
Hay mucho que mejorar.