Bolivia es un trámite más en un largo y ocioso camino de tres años, al final de los cuales Argentina –salvo que ocurra una catástrofe– llegará cómodamente a Sudáfrica 2010. Los partidos con rivales modestos, como lo fueron Chile, Venezuela y seguramente Bolivia (a Colombia lo exime su localía; en River estaría en la lista de la modestia), sirven para calentar los motores con vistas a intentar ganarle a Brasil. A Alfio Basile le falta lo mismo que le marcamos a Independiente el sábado pasado: ganarles a rivales importantes. Hasta ahora, sólo venció en febrero a Francia en Saint Denis 1-0 con un golazo de Javier Saviola. Después, cayó por escándalo con Brasil dos veces 0-3, perdió con Noruega (el día que parecía “imposible” marcar a John Carew) y arañó un pálido triunfo sobre Australia, una noche en la que hizo un gol y se metió atrás a cuidar el resultado como si fuera la final de un Mundial.
Obviamente, este equipo puede ganar la Copa del Mundo. Porque un día sus estrellas se levantan inspiradas y son capaces de meter cinco goles para treparse al lugar más alto del podio. Pero los líderes del fútbol mundial (empezando por Brasil) están buscando un funcionamiento colectivo en el que las individualidades desequilibren con cierto respaldo. Argentina no parece estar en esta sintonía.
En general, discrepo con la idea global de juego de esta Selección. Está en una etapa de transición, con jugadores que recién empiezan y otros que se están yendo. Hubiese preferido otro tipo de entrenador. Achicar la diferencia de edad entre conductor y dirigidos hubiera sido importante. Hay chicos como Messi, el más crack, que aún tiene vaivenes anímicos cuando las cosas no le salen con la celeste y blanca. Un entrenador más cercano a su generación lo entendería mejor. La filosofía del barrio y del café que pregona Basile –y que en algún momento le dio resultados, vale decirlo– es desconocida para pibes de la edad de Messi, Tevez o Mascherano, por citar tres casos. La vejez no es un defecto, así como la juventud no es una virtud. Son dos estados de la vida.
Ahora, se necesita de alguien que camine mucho, que haga un trabajo de hormiga (ver, probar, buscar reemplazos eficientes, vivir en Europa, armar una Selección “de acá”), que es lo que debería hacerse y no se está haciendo.
Está muy bien que salga siempre a ganar, Argentina es un equipo grande. Se sale a ganar, pero no se prueban jugadores para Sudáfrica. Con todo respeto, ¿no hubiese estado bueno que contra Bolivia el arquero titular fuera Carrizo, Andújar u Orión, por ejemplo? Nadie discute las condiciones de Abbondanzieri, que son muchas y excelentes. Pero tiene 35 años y en 2010 tendrá 38. Zanetti (34 años) tampoco tiene reemplazo. Y no se observa un trabajo intensivo del cuerpo técnico que busque al futbolista de entre 25 y 30 años que lo suceda. Lo mismo con Crespo (32). ¿Nunca más jugará Diego Milito? ¿Alguna vez Lavezzi tendrá una chance en serio? Para que se entienda: el problema no es que vengan Abbondanzieri, Zanetti o Crespo. El problema es que no sepamos, a tres años del Mundial, quiénes podrían ser sus sucesores.
Un ítem difícil de explicar es el del sistema de juego. Basile eligió el 4-3-1-2 y se respeta: es potestad del entrenador jugar como le plazca. Pero… ¿hay que jugar así contra todos los rivales? ¿Siempre será “Riquelme y diez más”? ¿Nunca doble cinco con Mascherano y Gago? Es la Selección más conservadora que se recuerde de los últimos 25 años. Nunca cambia el esquema. Y es un error. Juega siempre como si estuviera Riquelme, aunque Román no esté, como pasó contra Noruega. Ese día, Messi fue el bendito enganche y terminó intrascendente, yendo a buscar la pelota a 70 metros del arco rival. Los equipos europeos, aun los de segundo orden como Noruega, están agradecidos de que se les juegue así porque les resulta más fácil de neutralizar.
De la final de la Copa América con Brasil (0-3, con baile) mejor no hablar. La TV montó un circo impresionante alrededor de triunfos chiquitos contra adversarios del nivel de los suplentes de Estados Unidos y Paraguay o de Perú sin Pizarro. Se vivía una euforia desmedida y se trató a Brasil como si fuera Dock Sud. México, en semifinales, había pegado dos pelotas en los palos. Se habló de Vagner Love como si fuera un principiante, de Julio Baptista como un centrodelantero grandote y torpe (es volante ofensivo, de torpe tiene poco y nada, sólo es grandote) y de Dunga como un negado. Así nos fue.
Por último: si Basile llama a un Riquelme inactivo hace tres meses, ¿cómo es que no convoca a Saviola “porque juega poco”? Lo mismo pasó con Crespo en la convocatoria anterior. No lo llamó porque no era titular en el Inter. La ridícula excusa de que no contestó el “telefonino” integra la primera página del libro dorado de los detractores de Basile.
Crespo y Saviola (y varios más) no dicen nada porque, de hacerlo, no jugarían nunca más. Pero la situación de privilegio de Riquelme no es lo que más simpatía les genera. Se sabe que la mayoría de los futbolistas dicen el uno por ciento de lo que piensan. Acá, el porcentaje es cero.
Lo sorprendente es que en medio de todo esto, este equipo puede ganar el Mundial. Basta con que jueguen mejor que ahora en junio/julio de 2010.
Sólo hay que trabajar más y mejor.