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Transformistas

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Ahora que todos le caen a la pobre (desde lo simbólico, no en lo patrimonial) Mónica López por su mudanza exprés del massismo al sciolismo, convendría detenerse en mutaciones acaso menos evidentes.

Difícil no mutar en un país cuyo ritmo está marcado desde hace 70 años por el peronismo, con omnipresencias y ausencias. Perón lo hizo a su imagen y semejanza: en el ancho océano del movimiento se justifica todo y entran todos, de derecha a izquierda, de arriba a abajo. La ciencia política le encontró un nombre global, pragmatismo. Señal que no es sólo made in Argentina.

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Para no irnos al Viejo Testamento, en los demonizados años 90 asistimos a las transformaciones más visibles. Se impusieron de la mano de un tal Menem, exótico y temerario caudillo populista provincial devenido  estadista mimado por el establishment local y mundial. Salvo contadas excepciones, casi todo el peronismo y la sociedad argentina lo acompañaron.

El kirchnerismo le dio otra vuelta de tuerca a las conversiones. Los mismos que defendieron las privatizaciones noventistas (empezando por YPF) abrazaron las estatizaciones del nuevo milenio (terminando en YPF). Oscar Parrilli, teléfono.

Cristina ninguneó y denostó a Jorge Bergoglio hasta que lo empezaron a llamar Francisco. El  Gobierno que prohijó y avaló al tándem Nisman-Stiuso, lo persiguió y culpó luego de todos los males. Algo parecido hicieron con Scioli, nunca querido, jamás respetado, y ahora el más deseado (por necesidad, no por amor).

La campaña y el cambio de ciclo genera además ciertas variantes curiosas. El implacable Zannini –protagonista central de la mesa chica K de los últimos 25 años– se muestra por estos tiempos como el rey de la sonrisa y la buena onda. Si es electo vicepresidente, paga 50 centavos por peso apostar a que vuelve a ser el monje negro de siempre.

Otro caso de estudio es Gabriel Mariotto. De fiscal anti Scioli pasó a adláter del gobernador. Y de punta de lanza oficialista contra los medios críticos, incluyendo a este diario, ahora publicita por Twitter alguna columna ocasional en PERFIL. Ni hablar de Juan Manuel Urtubey, el exitoso mandatario salteño, que de acompañar todas las convocatorias cristinistas empezó a discursear en público a favor de un arreglo con los buitres, nada menos que en Estados Unidos y con el traje de posible canciller sciolista.

El “camaleonismo” inundó también el planeta extra K. Empezando, claro, por los que se fueron o los fueron de esa galaxia. Alberto Fernández, Hugo Moyano, Julio Bárbaro, Graciela Ocaña, José Nun son algunos de los que le pegan con dureza al kirchnerismo sin hacer autocrítica de su paso en absoluto marginal por ese espacio. Ni hablar del presidenciable Massa, del que esta semana volvió a difundirse una imagen no tan lejana, donde lucía exultante con los pulgares en alto junto a De Vido y Jaime. “Cárcel para los corruptos”, es una de sus propuestas. Qué pena el archivo.
La oposición más dura tampoco le escapa al fenómeno. Del inefable Cobos (opositor-oficialista-opositor-ya se verá) a la multicolor Patricia Bullrich (con más partidos que Messi), pasando por la cambiante Carrió (que va corriendo sus límites hasta el infinito y más allá) y el otro presidenciable en carrera, Mauricio Macri, convertido súbita y recientemente en un fervoroso defensor del rol del Estado.

Todo sirve con tal de que, parafraseando un antiquísimo lema radical, se doble pero no se corte.