El 14 de diciembre de este año se cumplen treinta años de la muerte de Copi (nacido como Raúl Damonte). El año pasado, en el CCK, Marilú Marini inauguró los homenajes con El día de una soñadora (y otros momentos), montaje de Pierre Maillet sobre dos textos del autor. En el mismo lugar, la muestra Copi en el Río de la Plata exhibió, entre otra memorabilia, el gran telón que en 1981 hizo Juan Stoppani para Frigó.
En Barcelona, el Palau de la Virreina encomendó a Patricio Pron que organizara una muestra sobre su obra gráfica. La hora de los monstruos, que abrió sus puertas en noviembre pasado, ha sido prorrogada hasta marzo y se espera que, en algún momento, pueda venir a Buenos Aires.
El Teatro Nacional Cervantes prepara un doble estreno: Eva Perón y El homosexual o la dificultad de expresarse se verán a partir de mediados de año. La editorial El Cuenco de Plata, que viene publicando las obras teatrales de Copi, se apresta a preparar una edición de su Teatro completo.
Copi fue, además de uno de los mejores dramaturgos de su tiempo, un extraordinario humorista gráfico y un notable novelista (como dos de sus piezas están escritas en verso, también se lo puede leer como un poeta). Se merece esos homenajes y muchos más.
Formado en la contestación propia de su época (el Mayo del 68, que constituye un leitmotiv de su obra narrativa), Copi alcanzó a proponer una concepción de mundo radical que, al mismo tiempo que atentaba contra la lógica brutal del capitalismo más avanzado, proponía nuevos rituales (en el teatro, en la novela, en la obra gráfica) para fundar un universo trans: transgénero, translingüístico, transnacional.
Para Copi, como para todo espíritu de revuelta, el pop (como potencia de desclasificación) había sido culturalizado. El fue, por lo tanto, más allá, hacia el horizonte donde cesa el desorden de las categorías (característico de la cultura pop) y se puede postular una antropología nueva. No un arte nuevo (eso es totalmente secundario), sino una nueva relación entre arte y vida, un nuevo concepto de vida.
La lógica de Copi es sencilla: se trata de oponer al Estado-Nación y sus ficciones guerreras (la vanguardia es una de ellas) la idea de comunidad (transnacional y, al mismo tiempo, imposible).
Por eso, Copi se sale del mundo y propone una cosmopolítica donde hace estallar todas las ideas heredadas para fundar una nueva antropología que subsume lo cálido (la sangre del cordero sacrificial de las religiones monoteístas) en lo frío (el cuerpo helado del drogado), que hace aparecer en lo ascensional (La pirámide, Las escaleras del Sacre Cœur, La Tour de Défense), los monstruos del inframundo (la serpiente, la rata), que traza, en la fachada del capitalismo, las líneas de su desmoronamiento, que hace coincidir el ojo de Dios (y su corporeización cordérica) con el año de la serpiente.